Friday, May 28, 2021

troya

 



Estoy llegando, he tardado siete años en volver, fuera esta lloviendo a cantaros, el único rincón del país donde casi nunca llueve y hoy está diluviando con su cielo gris como la panza de un burro, con sus nubes negras y enojadas preñadas de agua derramando su rabia por la piel de la ciudad, Helena me llamó como muchas otras veces, con la voz entrecortada y rota, tragándose sus lágrimas y su amargura, perdida en la vida porque le habían vuelto a reventar el corazón y no sabía que hacer con su vida, y me ardían las entrañas como muchas otras veces y esta vez no me lo pensé le propuse irme a vivir con ella una temporada los dos iríamos a medias con el alquiler y con los gastos, yo sé que ella ahora mismo no puede tiene un sueldo pequeño y tienes grandes deudas, pero le puedo servir de ayuda al menos por un tiempo, no sé tal vez dos o tres meses, Helena es preciosa y esa es su virtud y su penitencia, su don y su castigo, se enamoran los hombres solo con verla, es una belleza, con su piel suave y de color caramelo, mi morena, con su rostro de ángel, con su sonrisa llena de magia que es capaz de borrar todas las penas, es una belleza y lo sabe, a veces se le olvida cuando siente que vale menos que una mierda porque ha perdido la autoestima, es un tesoro, una joya, si por fuera es bonita por dentro es magia y fantasía, pero parece que nadie lo ve, o tiene mala suerte con los hombres o tiene mal gusto o algo se me escapa por el cariño y la amistad que nos une, el tren se detiene, la estación que un día normal tiene gente por todas partes se encuentra ahora vacía, todos huyen despavoridos buscando un lugar donde resguardarse de la lluvia, joder como llueve y eso que aquí no llueve nunca y yo sin paraguas, y la veo, en medio del andén, empapada bajo una lluvia torrencial donde pasan desapercibidas las lágrimas de su cara, tiene el vestido pegado a su piel y no puedo dejar de abrazarla, en algún momento vino hacia mí y estamos los dos abrazados, quietos, inmóviles, recibiendo toda la ira de un cielo que nos mira y que nos envidia, no importa cuantos años hayan pasado nuestro cariño es más fuerte, nos abrazamos hasta quedarnos casi sin aire, de esos abrazos que parece que nos va a romper los huesos, un abrazo lleno de calor de nuestros corazones, fuerte, intenso, solo soy capaz de apartarle el pelo mojado que le cubre la cara y pedirle perdón por tardar tanto, me agarra de la mano y corremos hasta el coche, me mira y sonríe, en esos cien metros donde si alguien nos mira vería a dos locos yo veo a dos jóvenes, los mismos críos que se vieron por primera vez hace tantos años que no alcanzo ni a recordarlo.

 

Tuvo mala suerte en el amor, el gran amor de su vida, el amor de tantos años la dejó por una mujer más joven y desde entonces no levantaba cabeza, el mundo había cambiado mucho de cuando era una chiquilla a hoy en día, las relaciones eran mucho más difíciles, eran de usar y tirar, todo iba mucho más deprisa y ya no existían los modales ni consideraciones, el romanticismo había muerto y ella que en el fondo era una romántica a pesar de su edad y de su experiencia la seguían tomando por pardilla, habría acabado con todo hacia mucho tiempo porque se sentía una desgraciada, que algo muy malo debió hacer en sus vidas pasadas para que la vida la tratase tan mal, pero tenia la mejor de las vitaminas, la mayor de las fuerzas, era un ave fénix porque tenía una hija que era su vida, una sombra revoltosa, nerviosa, que no se estaba nunca quieta, su Briseida, daría todo por Briseida, menos una vida estable y una familia convencional eso no podía de momento porque ninguno de los hombres que había conocido colaboraba, a veces sentía que se abría de piernas demasiado pronto y otras veces que los espantaba por mojigata, menos mal tenía desde niña a Héctor a su lado, siempre fiel, siempre atento para sacarle una sonrisa, para hacerla reír, para levantarle el ánimo, para hacerle sentir guapa y atractiva cuando ella solo veía una bolsa de basura en la extraña que no reconocía en el espejo, era el mejor amigo que se puede tener, un hermano, un confidente, un ángel del cielo que Dios o el destino le puso en el camino como un regalo para decirle que la vida no es tan dura, sus familias se conocían desde siempre, habían crecido en la misma calle, habían ido al mismo colegio, al mismo instituto, a las mismas discotecas, las mismas botellonas, eran inseparables, los vecinos y los amigos los veían enamorados, casados, con hijos, pero eso no se hizo realidad, nunca miró a Héctor con esos ojos, no era su tipo de hombre ni en lo físico ni en lo emocional, a veces se le olvidaba que era un hombre y le contaba cualquier cosa como si fuese una mujer, se supone que su mejor amiga debía ser mujer, pero Dios en su infinita sabiduría le envió un hombre no sabía si con alguna misión o lección que aprender, o es que solo fue porque tenia un sentido del humor un poco retorcido, Héctor era un amor, un poco inocentón para su edad, un hombre grandote, tímido, que a sus treinta y muchos años aún seguía viviendo con su madre y a quien nunca le conoció una novia, ¿qué querían las mujeres?, Héctor lo tenía todo para hacer feliz a una mujer, con ella no era tan tímido, claro que también era verdad que eran mala influencia el uno del otro, juntos eran un peligro, lo único que le costó perdonar a Héctor fue que se marchara a vivir a otra ciudad, bueno se fueron sus padres y él vivía con ellos, estuvo semanas sin hablarle porque se sintió abandonada por el hombre a quien más quería, su amigo fiel, su apoyo incondicional, aunque se veían muy seguido no dejaba de venir a verla y se lo pasaron juntos tan bien, tantas aventuras, tantas fiestas, tantas risas, tantas lágrimas, que ahora que lo volvía a tener no quería que se fuese nunca, volvía a sentirse viva, a sentirse chiquilla solo con su presencia, solo con mirarlo, les pasaba mucho se miraban, no se decían nada y se desataba un ataque de risa.

 

- ¿Y la chinita?

 

– La chinita está con su padre, quería agradecerte todo lo que estás haciendo por mí, tener un rato solos, emborracharnos, hablar, reír, llorar, contarnos todo o quedarnos en silencio, no lo sé, un tiempo para los dos.

 

- ¿En silencio tú?, no te creo, ¿quién eres tú y que hiciste con mi amiga?

 

– Jajajaja que bobo eres.

 

– No tienes que agradecerme nada, lo hago porque quiero, ya sabes yo lo sujeto y tú le pegas.

 

– Si se pudiera hacer eso Héctor le daría una paliza a la vida por lo mal que nos trata, a mi por lo emocional y a ti por la salud, eres mi ángel.

 

– Oooh que bonito me vas a emocionar, tú eres mi ángel.

 

– Me vas hacer llorar bobo.

 

Helena era un ángel, su ángel, una mujer trabajadora, valiente, luchadora, con un genio un poco pelín demasiado fuerte, una mujer rebelde, indomable, culta de las que hace sentir incomodos a los hombres porque les gustan las sumisas y las calladitas, y Helena era un volcán, pero era romántica, mimosa, dulce, alegre, divertida, solo que no era así con cualquiera, era la mejor amiga que se puede tener, fiel, leal, cariñosa, sabía como sacar lo mejor de él, si la conocías y rascabas un poco encima de esa coraza tan dura que la rodeaba  encontrabas una mujer maravillosa, un tesoro, magia, porque Helena era magia, y su cuerpo, su piel, su sonrisa, la luz de su mirada poesía, nunca supo el motivo por el que estaba sola, no se explicaba como pudo abandonarla Parris por muy joven que fuese la otra, le conoció cientos de novios, amigos, pretendientes, ponle el nombre que quieras, pero le duraban nada lo que un caramelo en la puerta de un colegio, siempre la quiso, de un modo casi enfermizo, irracional, desde que eran niños y jugaban al escondite o a policías y ladrones, ella le defendía del acoso de otros niños y él hacia lo mismo, siempre fueron un tremendo equipo, a veces la quería como a una hermana pequeña, otras veces como una buena amiga, otras veces la deseaba, o se enamoraba de ella perdidamente, la adolescencia fue muy dura con las hormonas a flor de piel, la amaba, admiraba la mujer que siempre fue y estaba orgulloso de la mujer que era, una guerrera siempre alegre o casi siempre alegre que bailaba y reía para sacudirse las penas, era preciosa no podía quitarle los ojos de encima cuando estaban juntos, llevaban un tatuaje que los unía para siempre que se hicieron en esa edad donde crees que vas a comerte el mundo y de noches de juergas interminables y borracheras, ella llevaba las alas de un ángel en la espalda, en el omoplato cerca del hombro, y él en el antebrazo, aunque las suyas eran negras y las de Helena fiel reflejo de su corazón tenían muchos colores, alguna vez hablaron de tener relaciones, Helena pensaba que el sexo destruiría la amistad, él pensaba que el sexo entre amigos debe unir aún más y que debe ser fantástico porque estás con una persona que te quiere y que te cuida, no volvieron a tocar el tema, la miraba, no podía dejar de mirarla, cada año más guapa, más atractiva, más herida, un poco más oscura con cada decepción, pero siempre hermosa, la más hermosa de todas, con su pelo recogido sobre un hombro, con el calor de una noche de verano pegado en la piel que brillaba por el sudor, se le sentó encima, le rodeó con sus piernas, y hundió su cabeza en su cuello, olía a flores frescas, la abrazó contra su pecho y le acariciaba la columna o los talones y gemelos de sus piernas con la yema de los dedos, muy suave, como si tuviera miedo a tocarla porque era un sueño que al tacto de sus caricias desaparecería como una nube de vaho en una fría mañana de enero, le ponía nervioso y le encantaba tenerla así de cerca, Helena se relajaba entre sus brazos, por alguna extraña razón aquellas caricias la trasportaban algún lugar donde era feliz y una paz que no podía explicar con palabras la embargaba, la cabeza le daba un poco vueltas, tal vez había tomado demasiado ron no podía seguirle el ritmo Helena era una esponja y tenía el aguante de un cosaco, el calor era pegajoso y sus pensamientos empezaban a traicionarle quería agarrarla de la barbilla, acariciar suave sus mejillas y ponerle un beso en los labios como en las películas, pero debía pensar en cosas no eróticas, respirar profundo, la abrazó más fuerte ella era su ángel, su cielo, su templo y su refugio.

 

– Sabes cual es mi talón de Aquiles, cuando me tocas así ufff se siente maravilloso.

 

– Estás un poco melosa esta noche Helena.

 

– Será porque llevo meses que no mojo, o será que es noche de luna llena.

 

– Ufff que no soy de piedra mujer.

 

– Uy una parte de ti sí que lo parece y se alegra mucho de verme, uyyyy mira que carita te pusiste rojo como un tomate, vamos aullar esta noche.

 

- ¿Te transformas en mujer loba?

 

– Ni te lo imaginas, en loba y en caperucita, yo tengo ganas y a ti te hace falta desfogar y que te quiten los pájaros de la cabeza con calor de mujer.

 

– Si sigues por ese camino va arder Troya.

 

– Que arda Troya hasta los cimientos y solo queden cenizas.

 

Aúlla como una loba las noches de luna llena, con su mirada acariciando el cielo pide deseos a las estrellas, arruga las sábanas con el polvo infinito de sus infinitos sueños, llena la noche con el sonido de su risa y se come la luna a cucharadas, es loba y caperucita eso dice el color de su piel de caramelo, brilla su piel suave con la luz de las estrellas fugaces ese es uno de sus misterios, sonríe y me mira de lejos, aúlla como una loca, se acerca, me atrapa y me come el corazón a besos. Fue una noche de verano donde perdimos el control, la timidez se confundía junto a nuestras ropas desparramadas por el suelo, la lengua y las manos tomaron tu cuerpo poniendo un pijama de saliva desde tu cintura hasta tu cuello, acariciando y comiendo como un hambriento todo el calor y esplendor de tus pezones y senos, la piel se rozaba sin cesar en un baile frenético bajo la luz de la luna, un torrente cálido surcaba entre tus piernas con tus manos aferradas a mis caderas, de rubor volvían la cara las estrellas, los gemidos y jadeos eran en mitad de la oscuridad de la noche un in crescendo aullido, dos animales ciegos de pasión que muerden y arañan en un hipnótico combate hasta que de pronto estallan, y así exhaustos y abrazados, con la respiración acelerada se besan y sonríen mirándose a los ojos, prometiendo con sus miradas que habrá otro asalto cuando llegue la mañana. Me encanta mirar sus lunares, como cae el pelo por su espalda, como lo lleva a un lado y deja su hombro desnudo para que bese su tatuaje, es como si el cielo hubiese puesto sus mejores estrellas en su piel, me encanta mirar la poesía que nace de sus poros, respirar profundo y llenar de aire mis pulmones con su aroma de mujer, me encanta mirar los satélites de su cuerpo de fantasía, tocarlos suave con mis dedos cuando vivo entre sus brazos o ella está dormida, me encanta mirar el rubor de sus mejillas la magia que hay en sus ojos cuando sus ojos me miran, y suspirar, suspirar en su cuello o en el calor de su pecho, le hago cosquillas dibujando letras invisibles en su espalda enredando mis dedos en su pelo mientras mis ojos le enciende la piel y el alma a besos.

Estoy llegando, han sido cuatro horas de viaje, fuera está lloviendo a cantaros, hoy está diluviando con su cielo gris como la panza de un burro, con sus nubes negras y enojadas llenas de agua derramando su rabia por la piel de la ciudad, Helena se agobió, lo pasábamos muy bien, estábamos muy bien, pude tocar el cielo y la felicidad con mis dedos, pero pensó que antes o después se jodería la relación porque siempre se jodía y no quería perderme, quería recordar como algo bonito las semanas, los meses donde éramos casi novios, donde nos entregamos por completo a los brazos del otro porque nos merecíamos ser felices de una puñetera vez, habló con su ex, me comentó de irse a vivir juntos de darle una oportunidad, y me subí al segundo tren del día siguiente para regresar a casa, fue bonito mientras duró, muy bonito, Helena lloraba y daba mil explicaciones, y no eran necesarias yo la iba a seguir queriendo igual que siempre, no me sentía traicionado, no me rompió el corazón, mi corazón siempre fue suyo y lo seguiría siendo hasta el fin de los tiempos, su felicidad era más importante que la mía, le dije que todo estaba bien, la abracé fuerte, que todo sería igual que siempre, que seguía siendo su fan número uno, que estaba orgulloso de ella, que a su servicio estaba mi espada y mi escudo, le besé la frente y me marché, de todos modos vivir con ella era algo temporal y había sido más de lo que ambos teníamos planeado, durante esas cuatro horas de viaje no dejé de mirar el paisaje, como resbalaban lágrimas por la ventana y costaba ver con claridad como llovía fuera y formaba charcos por todas partes, respiraba profundo y sentía el aroma de su piel en mi cuerpo, el teléfono no paraba de sonar, Helena no dejaba de enviarme mensajes, está loca joder, loquísima, pero es imposible no quererla, miraba al horizonte con una sonrisa, el campo y sus montañas habían dado paso a los edificios de la ciudad, la estación estaba cerca, volvía a mirar la pantalla y leer sus mensajes, te extraño, soy una boba, me lo he pensado mejor, vuelve, voy por ti, el tren se detiene, la estación que un día normal tiene gente por todas partes se encuentra ahora vacía, todos huyen despavoridos buscando un lugar donde resguardarse de la lluvia, joder como llueve y yo sin paraguas, y la veo, en medio del andén, empapada bajo una lluvia torrencial donde pasan desapercibidas las lágrimas de su cara, tiene el vestido pegado a su piel y no puedo dejar de abrazarla, en algún momento vino hacia mí y estamos los dos abrazados, quietos, inmóviles, recibiendo toda la ira de un cielo que nos mira y que nos envidia, nos abrazamos hasta quedarnos casi sin aire, de esos abrazos que parece que nos va a romper los huesos, un abrazo lleno de calor de nuestros corazones, fuerte, intenso, solo soy capaz de apartarle el pelo mojado que le cubre la cara y siento el calor de sus labios en mi boca y de sus mejillas en mi rostro, no sé cuanto tiempo llevamos bajo un aguacero besándonos como dos chiquillos, me agarra de la mano y corremos hasta el coche, me mira y sonríe, en esos cien metros donde si alguien nos mira vería a dos locos empapados, yo veo a dos jóvenes, los mismos críos que se vieron por primera vez hace tantos años que no alcanzo ni a recordarlo, la miro, no puedo dejar de mirarla, sus abrazos y su piel saben a te quiero y sus besos a te amo, y Troya volverá a arder hasta los cimientos y solo quedarán cenizas.

 


Antonio cintas anguas

mapashito

Thursday, May 06, 2021

agua de jade

 


Un velo con un tocado de monedas baña su rostro, acaricia su cuerpo la seda más fina y deja entre ver unos labios rojos, unos ojos misteriosos una mirada que brilla como una lámpara mágica que pide por los poros que la acaricien para sacar su genio y concederte tres deseos, puede hacerte rico con todos sus tesoros, y yo solo quiero uno, solo pido uno, o en realidad sí son tres, que me quiera de alma, corazón y pensamiento tan magnifica mujer, la princesa de los Isibiyies es preciosa, es una fantasía, la miro en los momentos de descanso y pienso que no es de verdad, es un espejismo, es este sol abrasador que lleva solo la sombra de la muerte consigo que nubla mi pensamiento y me juega malas pasadas, pero de noche, al remanso del fresco y de la luz de un millón de estrellas, ya más calmado la miro y le leo poemas o cuentos donde ella es mi musa sin saberlo, me da paz en el alma en mis jornadas duras y en mis momentos malos que son muchos, cada vez más, mi salud es mala desde niño y en este desierto como explorador de sus carceleros me estoy apagando como una vela, la llevan presa, es cautiva del ejército nazi, Hitler en su afán de encontrar todas las reliquias del mundo ha enviado a una partida a buscar el cáliz del agua de jade, y para que los Isibiyies no fueran un problema y evitar ataques o represalias por profanar sus tierras o el templo sagrado han secuestrado a la única hija del gran rey, la princesa Isthar, no se ven, pero están ahí fuera, al acecho, esperando el momento en el que puedan caer sobre los soldados alemanes y vengar la afrenta, los alemanes son muchos, fuertemente armados, camiones con soldados, carros de combate, yo soy el explorador, tuve la desgracia, la mala suerte de aprender el idioma del pueblo del desierto y soy el único que puede leer unas cartas y un mapa que los altos mandos del ejército alemán llevan siempre consigo, estoy amenazado de muerte o de que puedan asesinar a la familia, a mi madre y hermana que están en la ciudad rezando por mi salud y por un feliz regreso a casa, no sé una mierda de la leyenda del cáliz del agua de jade, nunca lo había oído y ahora ando buscando el supuesto templo donde debe estar oculto, el templo de la diosa Astarté, en el desierto solo hay arena, escorpiones, serpientes y más arena, caminamos muy despacio, los días se hacen eternos, y mi salud me recuerda con fuertes dolores que no voy a llegar a viejo, mi padre murió ante mis ojos cuando le dijo al comandante alemán Snipeworten que se podía meter todo por el culo y el tipo se lo tomó a mal y le pegó a sangre fría cuatro tiros en el pecho y con el cuerpo roto en el suelo un quinto disparo de gracia justo entre los ojos, lo estrangularía con mis manos pero me voy a quedar con las ganas, Isthar sana mis heridas, las que se ven y las que no se ven, me habla de su pueblo, de su historia, de sus costumbres, me habla del templo, de su leyenda, que son guardianes del templo y de todo lo que guarda, que desconocen su verdadera ubicación para que no pueda ser encontrado, que cuentan los ancianos, que solo un hombre pudo penetrar en el corazón del templo, un caballero templario Eric el galo, pero que la colera de Dios no lo dejó salir, y que como castigo su alma no descansaría jamás y lo mandó ser el protector y el guardián de todos sus tesoros, si alguien osaba entrar no volvería a ver la luz del sol, y yo me quedaba dormido con su suave voz, soñando con la luz de sus ojos y de su sonrisa, soñando con el sabor de su piel y de sus labios rojos, como por arte de magia nos atrapó una tormenta de arena, una enorme, que lleva dos días con sus dos noches azotando sin dar un respiro, al menos me sirve para descansar, para tener un rato para mis pensamientos, para poder disfrutar de la compañía de la princesa de los Isibiyies, es una mujer fascinante, culta, fuerte, tiene un aire de hechicera, un aroma a ángel, se mueve como una guerrera y tiene un genio indomable, es un tigre enjaulado, se le ve en el brillo de los ojos cuando mira con desdén o desprecio a los soldados alemanes, creo que también quiere estrangular a más de uno y a diferencia de mí cuando todo este termine de un modo o de otro creo que ella no se va a quedar con las ganas, el cáliz del agua de jade se supone que si bebes de el te concede súper poderes, o una salud inmortal, o la inmortalidad, no se sabe a ciencia cierta, yo soy un incrédulo, no me creo nada, solo quiero recuperar mi salud, regresar a casa con la familia y descansar un poco de tantos dolores, pero Isthar tiene una fe inquebrantable, no quiere que nadie toque el templo y mucho menos pueda beber del cáliz, no sé como será una Diosa, o como era Astarté, pero Isthar es lo más parecido que debe existir a una diosa.

 

– Eres un hombre bueno Arthur, mereces que te sucedan solo cosas buenas, con un poco de fe la buena diosa mejorará tu salud.

 

– Gracias, ojalá te oiga.

 

– Sé que me oye, y te tengo presente en mis oraciones.

 

– Gracias, eres un sol de mujer, serás una gran reina.

 

– Mañana acabará todo.

 

– Aún no hemos encontrado el templo y no sé cuanto más nos va a llevar.

 

– Mañana acabará todo, o será el principio del fin de esta pesadilla, lo siento en los huesos, no puedo explicarlo, mi madre era una hechicera, la sacerdotisa de la diosa, ella veía cosas, hablaba otras lenguas cuando hablaba con Astarté, entraba en trance y bailaba, no puedo explicarlo con palabras Arthur, sé que pensarás que estoy loca, no tengo esa magia que tenía mi madre, pero puedo sentir o presentir ciertas cosas.

 

– No estás loca, te creo Isthar, tú también mereces que te sucedan solo cosas buenas.

 

– Gracias, ¿ya vas a descansar?

 

– Sí, te veo en sueños.

 

– Descansa mi explorador valiente.

 

– Buenas noches princesa.

 

Arthur era su explorador valiente, un hombre débil y enfermizo que estaba en medio de una cruzada que no comprendía por el amor de su familia, sufría fuertes dolores y aun así cada noche a la luz de una vela o de las estrellas le leía un poema, o un cuento, siempre hablando en voz baja, con finos modales, sabía como calmar el infierno que llevaba en su interior, sabía como hacerle reír como robarle una sonrisa, dentro de poco ella sería la reina del desierto, la reina de los Isibiyies pues su padre el buen rey estaba muy enfermo y no le quedaba mucho tiempo de vida, no tuvo hijos varones, ni más mujeres, solo a ella, extrañaba su compañía poder enredar sus dedos en su espesa barba blanca y rozar su frente con un beso de buenas noches, seguro estaba sufriendo por ella, los extranjeros lo tendrán que pagar y se imaginaba con su espada sarracena abriéndoles el pecho en dos, tuvo un sueño raro, no se lo contó todo a Arthur pues en el sueño se los tragaba la oscuridad más absoluta, pero sentía en sus huesos que algo iba a pasar muy pronto, miraba como Arthur dormía como un bendito, cansado, agotado por dentro y por fuera, y oraba para que la diosa pudiera sanar todas sus heridas porque era un buen hombre que merecía ser feliz, y rezando por su compañero de fatigas y aventuras que le había robado más que una sonrisa, le había robado el corazón, se quedó dormida, soñando con su poesía.

La tormenta de arena desapareció de golpe, tal como vino de repente del mismo modo se esfumó, dejando un cielo azul celeste limpio de nubes y un sol enorme y abrasador, por arte de magia, la misma magia que provocaba tormentas de arena y las hacia desaparecer, a pocos metros, apareció de la nada una pirámide enorme y de color azul en cuya entrada una estatua gigante de color blanco de la diosa Astarté parecía darles la bienvenida, no aparecía en los mapas, no la vieron en el horizonte, es como si la tormenta de arena con sus violentos vientos la hubiese traído, como si el desierto la hubiese escupido de sus mismas entrañas, el templo azul de Astarté estaba ante sus ojos como un coloso, con sus misterios y sus leyendas intactos e invencibles al paso del tiempo, algo salía de la oscuridad de aquella puerta abierta, un sonido para ahuyentar a los osados que quisieran entrar, una brisa que no prometía nada bueno a quien quisiera penetrar en su interior, el temor se adueñó del corazón de los soldados, de la princesa, y de todos sin excepción, solo Snipeworten parecía no tener miedo, y formó una expedición en pocos minutos para adentrarse en el gran templo y beber del cáliz del agua de jade antes de llevárselo a Berlín, caminaron durante un largo rato por pasillos estrechos y mal iluminados con la luz de unas antorchas encendidas en las paredes, a lo lejos se atisbaba una luz cálida y amarilla como indicándoles el final del camino, las galerías dejaban de ser tan angostas y se iban ensanchando, por dentro la pirámide parecía ser siete veces mayor de lo que se veía desde fuera, un sonido sordo a la espalda los detuvo un momento y les hizo girar a todos sobre sus pasos, un sudor frio les acariciaba la espalda y un miedo en el corazón al pensar que tal vez se hubiese cerrado la puerta y ahora no volverían a ver nunca más la luz del sol, siguieron avanzando hacia aquella luz que se iba haciendo cada vez más grande hasta que la alcanzaron, accedieron a una sala enorme y llena de luz, una luz cálida y luminosa que lo llenaba todo, no se veía el techo, ni se adivinaban el límite de las paredes, parecían estar en medio de un campo, el suelo de mármol con dibujos y siluetas de animales de un color turquesa los distraía, en medio de aquel lugar una fuente enorme como una pila bautismal era el único sonido que se podía escuchar, el chorro caía a borbotones, flanqueada por siete leones asirios alados, un hombre con los ropajes de los antiguos templarios los esperaba con su gran espada cruzada entre sus manos y con millones de cálices en los muros de su espalda, Eric el galo existía, estaban viendo a un fantasma, a su espalda en un gran mueble, entre sus repisas cientos, miles, tal vez millones de cálices, vasos, de oro, de plata, con incrustaciones, con joyas, de cristal, altos, anchos, bajos, de madera, de cerámica, rojos, azules, verdes, amarillos, de todos los colores, el templario, un caballero alto y fuerte con cara de pocos amigos, con su pelo rizado dorado como el sol cayendo sobre sus hombros y sobre su rostro no les quitaba el ojo de encima.

 

– Deme el cáliz del agua de jade y nadie saldrá herido.

 

– No puedo dar lo que no es mío.

 

– Lo respeto, me lo llevaré de todos modos, ¿está en este lugar?

 

– Se encuentra en este lugar

 

– Deme el cáliz o me los llevaré todos.

 

– Yo también estaba perdido, no vi las señales, no vi el cáliz ante mis ojos, no saldrán de aquí.

 

– Eso ya lo veremos, deme el cáliz y el agua de jade o mandaré todo a la mierda.

 

– El cáliz nunca estuvo en este lugar, hasta hoy, y el agua de jade no se puede encontrar donde la buscan, esa fuente es la de la eterna juventud la que buscaba Alejandro, de la que bebió su hija, los tesoros que ven, copas de grandes reyes, Carlo magno, Cesar, Arturo, Ricardo, que más da si ninguno volverá a ver la luz del sol.

 

– Ya me cansé de adivinanzas y de jueguecitos.

 

Snipeworten vacía el cargador de su pistola en el pecho de Eric el galo, los soldados alemanes disparan con sus fusiles y sus ametralladoras en todas direcciones, destrozan la fuente, hacen pedazos todos los cálices, el mueble, millones de pedacitos de cristal caen por todas partes, el silencio se hace cuando han disparado todas sus balas, y en mitad del silencio todo vuelve a su lugar, todo se recompone, la fuente, las estanterías, el cristal, los cálices, todo vuelve a su lugar y a estar como sino hubiese pasado nada, Eric alza la voz, grita como un loco atraviesa con su espada el pecho de Snipeworten y aparecen de la nada doce Erics más que gritan como locos haciendo pedazos a todos los soldados, un amasijo de cuerpos mutilados y de sangre se desparrama por la gran sala quedando solo abrazos Isthar y Arthur, Eric se les acerca, camina despacio, limpia con su túnica la sangre chorreante de su espada, piden clemencia, se arrodillan, soy un caballero templario nunca mataría a un hombre desarmado, y nunca mataría a la sacerdotisa de los Isibiyies, ni a la diosa portadora del cáliz del agua de jade.

 

- Decían los antiguos tántricos y taoístas, que el Yoni de la mujer es el asiento sagrado de la vida, un templo sagrado de amor, placer y éxtasis divino. Ellos afirmaban que el cuerpo femenino, cuando era estimulado desde el amor y la adoración, era capaz de producir ciertos fluidos medicinales que elevaban la consciencia del hombre y le acercaban a Dios. Para los hombres tántricos, hacer brotar el agua de la mujer, el fluido sagrado o néctar de jade como ellos lo llamaban, era sinónimo de recibir toda la energía Shakti sagrada de la tierra; su belleza, sensibilidad, amor y abundancia. Para ello, son necesarias las caricias, el preámbulo amoroso necesita estar cargado de paciencia, dedicación, sutileza, sostén y devoción. Es un rito sagrado que permite al hombre recibir la energía de la Diosa dentro de su propio ser, y fundirse. Y permite a la mujer acceder a las dimensiones más poderosas de amor, apertura, fertilidad y creación. Dios no creó una compañera para Adán, ni para el hombre, eso nos hizo creer el mal que vive en nuestros corazones y a nuestro alrededor, los hombres tienen un tesoro divino y no lo saben, lo tienen al lado o al alcance de la mano y lo buscan en lejanos lugares, y las mujeres quieren ser iguales que los hombres, Dios no la creó para hacer las mismas cosas que hacen los hombres, las creó para hacer aquellas cosas que los hombres no pueden, juntos se sanan, se cuidan, suman, son más fuertes, casi invencibles, el cáliz no es un objeto es el cuerpo de una diosa, el cuerpo de la mujer, y el agua de jade vive dentro de ellas, en lo más profundo de su alma, los Isibiyies no guardan el templo, eso es lo que creen, guardan el cáliz, tú eres el cáliz de agua de jade, como lo será tu hija, como lo será la hija de tu hija, como lo fue tu madre, lástima que no podáis volver a ver la luz del sol mi maldición no me permite dejaros regresar, tendréis que hacerme compañía hasta el fin de vuestros días.

 

La pirámide comenzó a temblar, se estaba hundiendo en las arenas del desierto y del tiempo, Eric el galo desapareció entre las sombras, toda la luz de la sala se apagó, las antorchas de los pasillos, toda luz se esfumó, la oscuridad se lo tragó todo, cuando la pirámide dejó de temblar solo se oía el chorro lejano de la fuente de los leones, el desierto se llevó el templo azul de Astarté a sus entrañas, y los dos enamorados se llevaron el secreto del agua de jade a su tumba de arena como si fuesen antiguos faraones.

 

– Encontraremos una salida Isthar.

 

– No volveremos a ver la luz del sol Arthur.

 

– Ya verás como sí Isthar, Astarté no nos dejará en este lugar.

 

– Cuando salgamos y sea la reina de los Isibiyies te iré a buscar.

 

– Y yo te estaré esperando.

 

– Y mi hija tendrá tus ojos.

 

– Y se llamará Ginebra.

 

– Y será la estrella más bonita del cielo.

 

Los amantes se abrazan en la oscuridad, se besan las lágrimas calientes que resbalan por sus mejillas, van a perder su virginidad uno en brazos del otro, se besan llenos de amor, los dedos de Arthur escriben poesía en caricias en la piel de la princesa, que agarra de la cabeza a Arthur y lo lleva como un muñeco a su cuello, a sus hombros, al calor de su pecho, y lo lleva más y más abajo, abre sus piernas lo hará inmortal, sanará sus heridas con el agua de jade, siente el calor de sus labios y de su alma y sus poros se derrama un manantial, ya no se oye el chorro de la fuente de los leones, solo el jadeo y los gemidos de dos jóvenes y la voz entre cortada de la princesa gritando bebé, bebé, bebé. El silencio los abraza, se hicieron el amor de todas las formas posibles, con ternura, como salvajes, con amor, suspiran abrazados el uno junto al otro, felices y tristes, sin esperanza, no volverán a ver la luz del sol, un ruido los despierta de su letargo un rayo de luz baja desde lo alto, aparecen unas escaleras doradas, se agarran de la mano y comienzan a subir sin descanso, siguen el camino de la luz blanca, llevan horas subiendo las escaleras, si miran hacia abajo ya no se ve nada, las escaleras perdiéndose en la oscuridad de la boca de un lobo, si miran hacia arriba una luz blanca y más escaleras, han podido subir horas, tal vez días, y por fin llegan al final, están en el desierto, las escaleras desaparecen bajo sus pies, Astarté los ha liberado, fuera quedan los restos de una batalla, los camiones y los blindados en llamas, los Isibiyies se tomaron su venganza.

 

– Debo regresar a casa, me voy como princesa y te iré a buscar como reina.

 

– Y te estaré esperando.

 

Se asomó a la balaustrada, la ciudad bullía de gente y de puestos, los niños gritaban jugando entre las calles estrechas, las mujeres se agolpaban en los tenderetes, era verdad que la casa tenía unas increíbles vistas, se podía ver las imponentes y milenarias murallas que la rodeaban antaño, la ciudad tenía un color especial bañada por la luz del sol, aquella ciudad resultaba muy espiritual, todo a su alrededor tenía algo místico, algo mágico que no sabía explicar con palabras, se sentía mejor de salud, los dolores eran mucho más leves y ya podía llevar una vida como un ser humano normal, miró a la entrada de la ciudad la caravana que llegaba con sus caballos y sus camellos, gentes y mercaderías de vivos colores, y fue entonces cuando la vio llegar en un caballo de pelaje blanco como la más pura nieve y corrió a buscarla. La veo llegar a la sala con sus tules y sus gasas, un velo negro que oculta su sonrisa y unos ojos marrones que se llevan todo lo que tengo mi corazón y sus poemas, los brazaletes dorados de sus brazos esbeltos guardianes de las transparencias que cubren su cuerpo, no puedo apartar los ojos de aquella mirada que embruja y hechiza, que acaricia y besa, que vino del desierto para volverme loco, huele a incienso, a fruta fresca y canela, huele a mujer y a una reina de leyenda.

 

Antonio cintas anguas

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