EL COSTALERO DEL HILO ROJO (a
mi tío Antonio y mis primas)
Era una noche fría y lluviosa
de enero, hacía tan poco que había perdido a su Cristina, porque sabía que
tenía un cancer y supo la noche en que murió, lo sabía, aunque no le dijesen
nada o le contaran alguna mentira piadosa para no alterarlo, porque por culpa
de los infartos cerebrales era un mueble que necesitaba mucha atención y
cuidados y parecía un niño chico, pero eso, lo parecía, porque Antonio se
enteraba de todo, había perdido a su alegría, el amor de su vida, la mujer por
la que no se rendía y aguantaba aquella enfermedad cruel que no dejó ni que
fuese a despedirla, en el silencio de las noches podía oír llorar en sollozos
ahogados a sus mujercitas, pero Antonio lo sabía todo porque un gran hilo rojo
tenía recogido y enmarañado cerca del corazón, y con un Cristina en los labios
le pudo el sueño, la vida, la pena, y su corazón estalló como un pequeño espejo
de cristal, y oyendo caer la lluvia, con fuerza se quedó dormido, todo se puso
negro.
Cuando abrió los ojos todo
seguía oscuro, pero era una oscuridad que conocía, el olor a sudor, los
chascarrillos, el olor de la madera y de la cera quemada, se sentía extraño, no
sentía ningún dolor, aquella enfermedad había desaparecido y ahora se sentía fuerte
como un toro, con su camiseta de tirantas blanca y su faja, no recordaba nada,
tal vez fue rehabilitación, medicina y no lo recordaba porque su cabeza aún no
funcionaba bien, pero no tuvo tiempo de hacerse más preguntas porque había
nervios y todo estaba preparado ya para algo inminente, y porque le pudo ese
veneno que llevaba dentro y que llevaba tantos años sin probar, ese veneno a
trabajadera, se aferró fuerte al palo y se dispuso a oír las ordenes y a dar
todo lo que llevaba guardado dentro.
Atentos que voy a llamar, la
reja es muy estrecha, no quiero que se mueva ni un varal, y la llamá la quiero
muy cortita, esta levantá va por todos esos trianeros que están enfermos o que
ya no están entre nosotros, y Antonio gritó desde lo más profundo de su corazón
y por mi Cristina y mis niñas, y todos los costaleros gritaron y por la mujer
de Antonio y sus mujeres, dos lágrimas ardientes resbalaban por el rostro de
Antonio que estaba confuso pero muy emocionado, y sonaron los golpes, arriba la
Madre de Dios, y subió tan alto que casi rompen el palo, así despacito, menos
paso quiero, la banda de música solo tocaba por palilleras, la reja tendría el
espacio justo para que pasará el paso de palio, Antonio sudaba a chorreones,
pero el veneno era más fuerte y lo hacía por su Cristina y sus niñas, la llamá
la quiero más corta, ya casi está, vámonos valientes, vámonos, así, que buenos
costaleros Dios mío, los mejores, los gritos, los vítores, la banda rompiendo
con una marcha, habían pasado la reja y tocaba relevo.
Cuando salió su confusión era
aún mayor, habían pasado por una angosta reja dorada, las puertas abiertas no
daban para más, y frente a él una serpiente de capirotes morados cruzaban muy a
lo lejos un puente de barcas para adentrarse en una Sevilla desconocida, el que
nace costalero, muere costalero y será eternamente costalero, se dio la vuelta
y allí estaba su Cristina, tal y como la conoció de joven, y él también era el
mismo chiquillo, ahora sí sabía donde estaba y lo que había pasado, no se había
quedado dormido, estaba en el cielo y había llevado sobre su cuerpo a la Virgen
de la O que habían destruido en la guerra y que estaba preciosa y con los ojos
más bonitos mirando como el hilo rojo que los unía volvía a estar en su sitio,
se abrazaron, Antonio llorando se comía a besos a su Cristina, y se dijeron
muchas cosas por la emoción y el amor, pero eso no lo cuentan los ángeles, eso
es secreto, el paso de palio se levantó y a los sones de Estrella Sublime
comenzó a trianear entre una lluvia de pétalos de flores.
Antonio cintas anguas