DENTIXCITY
Pablo no dejaba de mirarse
frente al espejo esos dos enormes agujeros que se habían instalado en su cara,
en su boca para ser más exactos, no dejaba de escudriñar con sus ojos
infantiles como ahora no había nada donde antes había dos hermosas paletas que
por un capricho del destino habían desaparecido en un doloroso accidente, deja
de tocarte con la lengua te van a salir torcidos le decía su madre con una
cariñosa regañina, deja ya de tocarte te vas a gastar los dedos le decía su
padre de broma, pero no podía apartarse del espejo su curiosidad era más fuerte
que su voluntad, recordaba con tristeza y dolor el accidente, el resbalón, el
terrible golpe, la sangre por todos lados, sus pobres dientes por el suelo, la
preocupación de sus padres, las lágrimas de su hermano, las prisas, el coche a
toda velocidad camino del hospital, los médicos tocando su boca hinchada y
dolorida, pero sonreía con su sonrisa ahora mellada, todo eso era ahora cosa
del pasado y esta noche vendría el ratoncito Pérez y tendría que traer un super
regalo porque había perdido nada más y nada menos que dos paletas por un
terrible accidente, estaba dicharachero, feliz, deseando que volviese a ser de
noche, en su cabeza planeaba la idea de quedarse despierto y poder ver al
ratoncito Pérez, o incluso tal vez atraparlo y poder tener una larga
conversación con él, que buena idea, estuvo ansioso durante el resto del día,
contando las horas del reloj para que se hiciese de noche, se fue a la cama
super rápido y sin rechistar, y se hizo el dormido con su carita de ángel, pero
estaba despierto, al principio estaba muy nervioso, sonreía por la travesura
que quería hacer, pasaban las horas y el ratoncito Pérez no aparecía y ya
cualquier ruido le asustaba, todos dormían profundamente, las paletas estaban
junto a la almohada en su pequeña mesita de noche de color beige, los ojos se
le empezaban a cerrar, siempre fue muy dormilón y el sueño empezaba poco a poco
a ganar la batalla, pero justo cuando sus ojos se cerraron le pareció ver una
mancha blanca caminando sigilosamente camino de la mesita de noche y todo el
sueño que sentía se esfumó como por arte de magia, estaba super nervioso, y la
travesura que estaba apunto de hacer le recorría todo el cuerpo como si fuese
electricidad, podría contarle a todo el mundo que había atrapado al ratoncito
Pérez y que se había pasado la noche entera hablando con él y que ahora eran
amigos y sabía todos sus secretos, sería el niño más envidiado de todo el
colegio, cerró los ojos, y puso atención a lo que se oía, entre abrió uno y vio
una mancha blanca junto a las paletas no había duda no podía ser otra cosa que
el ratoncito Pérez y saltó sobre él como un gato montés y lo atrapó en un vaso grande
de plástico.
– Te atrapé.
– Niño no seas travieso y
deja que me vaya.
– Tengo tantas preguntas que
hacerle señor ratoncito Pérez.
– Te vas a quedar sin tu
regalo, no vendré más a tu casa.
– Pero yo soy bueno señor
ratoncito Pérez, solo quiero ser su amigo, que conversemos un rato, ¿qué, qué
hacen con tantos dientes?, ¿adónde, adónde los llevan?
– Tienes que dejarme ir.
– Pero yo quiero que mis
amigos te vean, sino no me creerán y me tomarán por un mentiroso.
– Que me sueltes te digo.
– Es usted un poco gruñón
señor ratoncito Pérez.
– Y si te dijera que yo no
soy el señor Pérez.
– No le creo me quiere
engañar para que le suelte.
– No puedo creer lo que voy
hacer, te propongo un trato, tú me sueltas y yo te llevo ante el verdadero
ratón Pérez.
- ¿Y cómo sé que no me engaña
y se va a escapar?.
– Te doy mi palabra, vendrás
conmigo, ¿de acuerdo?.
– De acuerdo.
– Soy ratón muerto en cuanto
el señor Pérez sepa que ha vuelto a ocurrir me mata.
En cuanto lo liberó agarró
las paletas y se fue caminando muy cerca de la pared, los dos en silencio en la
oscuridad de la noche, hasta alcanzar el costado del armario, el ratoncito
buscaba algo en los bolsillos como una llave o una especie de linterna que
señaló a la pared junto al suelo y de la nada apareció un agujero pequeño como
si fuesen a la casa del ratón de los dibujos animados, yo no quepo ahí
refunfuñó Pablo, el ratón nervioso lo miraba, perdón, volvió a rebuscar entre
los bolsillos y un halo de luz tocó los dedos de los pies sonrió al sentir unas
cosquillas y de repente empezó a encoger hasta ser del tamaño del ratón, estaba
alucinando todo a su alrededor se veía enorme, la cama, el armario, sus
peluches, sus estanterías de juguetes.
– Esto es una pasada.
– Me llamo Alfred.
– Yo soy Pablo.
– Lo sé, eras mi último niño
de la noche, antes de irnos tienes que guardar el secreto de todo lo que veas,
¿me lo prometes?
– Sí se lo prometo señor
Alfred, perdóneme por el susto y por haberlo atrapado.
– Bueno ya no tiene arreglo,
acepto tus disculpas, ahora sígueme y ya sabes, ni una palabra a nadie.
Caminaron unos pasos y
llegaron a una furgoneta blanca y vieja con un letrero bien grande en sus
costados que decía Pérez S.A. las dos puertas de atrás estaban abiertas y
estaban llenas de dientes, tantos que no se podrían contar, Alfred dijo que no
podían descubrir que era humano o se formaría un gran escándalo, así que trató de camuflarlo de la mejor forma que
pudo, le puso un mono azul, un casco amarillo de albañil, unos guantes negros y
le manchó toda la cara de hollín, lo sentó junto al otro lado del piloto y
emprendieron el viaje, Alfred parecía nervioso y se le veía mucho más mayor
ahora que lo miraba con más detenimiento, Pablo estaba excitado, la furgoneta se puso en
marcha todo estaba oscuro como en un túnel y al fondo se veía una pequeña luz
blanca que cada vez se iba haciendo más y más grande hasta que una luz cegadora
no les dejó ver nada, para cuando Pablo pudo abrir los ojos se le abrieron como
platos y la boca le llegaba al suelo, era una pasada, bienvenido a Dentixcity dijo
Alfred con una sonrisa burlona, era todo blanco, de esmalte, las carreteras,
las farolas, los bancos del parque, las fuentes, y sobre todo las casas y los
edificios, así que era eso lo que hacía el ratoncito Pérez con los dientes de
millones de niños, estuvo como hipnotizado viendo toda la vida que bullía a su
alrededor, los cientos de ratones que iban en coche, o en autobús, o al
colegio, era todo casi igual que la vida que él conocía, tan distraído estaba
que no se dio cuenta que Alfred había detenido la furgoneta sobre el edificio
más alto de todo Dentixcity, aquello que buscas vive en la última planta de
este rascacielos, ven, te lo enseñaré.
Todo seguía siendo blanco
como el esmalte, el suelo, los muebles, el ascensor, era todo una pasada,
seguro que nadie le creería cuando fuese al colegio, el sonido de la llegada a
la última planta lo sacó de su ensoñación, una gigantesca oficina llenaba todo
el espacio, y una enorme cristalera lo llenaba todo de una luz natural, las
vistas eran increíbles podía verse todo Dentixcity desde allí, en el fondo un
enorme escritorio y un ratón de aspecto malhumorado no les quitaba los ojos de
encima.
– ¿Otra vez Alfred?.
– Perdón señor Pérez no
volverá a ocurrir.
– Eso fue lo que me dijiste
la última vez.
– No se enfade con Alfred
señor ratoncito Pérez fue culpa mía no de Alfred.
– Eso mismo me dijeron la
última vez.
– Pero es verdad.
– No puedes estar aquí y lo
sabes, y Alfred no tiene permitido traer humanos, desde hoy irás al almacén no
vuelves a salir.
– No lo castigue señor
ratoncito Pérez no volverá a pasar.
– Lo sé.
- ¿Qué hacen con tantos
dientes?, ¿es por el esmalte verdad?, así construyen su mundo.
– No, no es por el esmalte,
no es tan resistente, no tiene tantos usos, sería incluso peligroso en según
que circunstancias, como por ejemplo caminar o conducir por su superficie.
– No lo entiendo.
– Lo sé, no es el esmalte, es
más que el esmalte, es todo el diente, lo llevamos a una fábrica procesadora
que le saca algo desconocido para los humanos, pero que es oro blanco para
Dentixcity, es la dentiladina.
– Guau que pasada.
– Ahora debes marcharte a
casa y no contarle nada a nadie o creerán que te volviste loco o que eres un mentiroso.
– Me iré a casa sino castiga
a Alfred.
– No es un castigo, Alfred ya
es mayor, hay millones de ratones trabajando para la empresa día y noche ya se
ha ganado un merecido descanso, ahora vete a casa Pablo.
– Sí señor ratoncito Pérez.
Alfred le sacó el disfraz, le
limpió el hollín, y salieron del despacho del ratón Pérez, caminaron por el
pasillo hasta alcanzar una puerta, una vez la cruzara amanecería de su tamaño
natural y en su cama como si todo hubiese sido tan solo un sueño. Era sábado,
tenía muchísimo sueño, a lo lejos se oía que todos estaban despiertos desde
hacia mucho rato, le pesaba todo el cuerpo, tenia la costumbre de moverse mucho
en la cama, abrió sin querer un ojo y vio en su mesita de noche de color beige
varios sobres de los superzings, el sueño que tenía le desapareció de golpe,
tenía que contarle a todo el mundo que había conocido al ratoncito Pérez,
hablarles de Alfred, de Dentixcity, mamá, mamá, mamá.
Pablo estaba super excitado,
hablaba muy rápido y sin parar, contaba con todo lujo de detalles una aventura
que había vivido anoche, Marigé no podía parar de reír, que imaginación tienes,
eso ha sido solo un sueño porque estabas muy nervioso, no se lo cuentes a nadie
o se reirán de ti, te tomarán por un loco, o por un mentiroso, pero yo no soy
un mentiroso mami, yo te creo Pablo yo sé que es verdad, pero será nuestro
secreto, ¿vale?, los dos se abrazaron, y Pablo se fue corriendo a enseñarle a su
padre y a su hermano los sobres de superzings que le habían dejado por sus
dientes, mientras Marigé sonreía recordando al Alfred de su niñez y los altos
edificios de Dentixcity.
Antonio cintas anguas