Friday, May 28, 2021

troya

 



Estoy llegando, he tardado siete años en volver, fuera esta lloviendo a cantaros, el único rincón del país donde casi nunca llueve y hoy está diluviando con su cielo gris como la panza de un burro, con sus nubes negras y enojadas preñadas de agua derramando su rabia por la piel de la ciudad, Helena me llamó como muchas otras veces, con la voz entrecortada y rota, tragándose sus lágrimas y su amargura, perdida en la vida porque le habían vuelto a reventar el corazón y no sabía que hacer con su vida, y me ardían las entrañas como muchas otras veces y esta vez no me lo pensé le propuse irme a vivir con ella una temporada los dos iríamos a medias con el alquiler y con los gastos, yo sé que ella ahora mismo no puede tiene un sueldo pequeño y tienes grandes deudas, pero le puedo servir de ayuda al menos por un tiempo, no sé tal vez dos o tres meses, Helena es preciosa y esa es su virtud y su penitencia, su don y su castigo, se enamoran los hombres solo con verla, es una belleza, con su piel suave y de color caramelo, mi morena, con su rostro de ángel, con su sonrisa llena de magia que es capaz de borrar todas las penas, es una belleza y lo sabe, a veces se le olvida cuando siente que vale menos que una mierda porque ha perdido la autoestima, es un tesoro, una joya, si por fuera es bonita por dentro es magia y fantasía, pero parece que nadie lo ve, o tiene mala suerte con los hombres o tiene mal gusto o algo se me escapa por el cariño y la amistad que nos une, el tren se detiene, la estación que un día normal tiene gente por todas partes se encuentra ahora vacía, todos huyen despavoridos buscando un lugar donde resguardarse de la lluvia, joder como llueve y eso que aquí no llueve nunca y yo sin paraguas, y la veo, en medio del andén, empapada bajo una lluvia torrencial donde pasan desapercibidas las lágrimas de su cara, tiene el vestido pegado a su piel y no puedo dejar de abrazarla, en algún momento vino hacia mí y estamos los dos abrazados, quietos, inmóviles, recibiendo toda la ira de un cielo que nos mira y que nos envidia, no importa cuantos años hayan pasado nuestro cariño es más fuerte, nos abrazamos hasta quedarnos casi sin aire, de esos abrazos que parece que nos va a romper los huesos, un abrazo lleno de calor de nuestros corazones, fuerte, intenso, solo soy capaz de apartarle el pelo mojado que le cubre la cara y pedirle perdón por tardar tanto, me agarra de la mano y corremos hasta el coche, me mira y sonríe, en esos cien metros donde si alguien nos mira vería a dos locos yo veo a dos jóvenes, los mismos críos que se vieron por primera vez hace tantos años que no alcanzo ni a recordarlo.

 

Tuvo mala suerte en el amor, el gran amor de su vida, el amor de tantos años la dejó por una mujer más joven y desde entonces no levantaba cabeza, el mundo había cambiado mucho de cuando era una chiquilla a hoy en día, las relaciones eran mucho más difíciles, eran de usar y tirar, todo iba mucho más deprisa y ya no existían los modales ni consideraciones, el romanticismo había muerto y ella que en el fondo era una romántica a pesar de su edad y de su experiencia la seguían tomando por pardilla, habría acabado con todo hacia mucho tiempo porque se sentía una desgraciada, que algo muy malo debió hacer en sus vidas pasadas para que la vida la tratase tan mal, pero tenia la mejor de las vitaminas, la mayor de las fuerzas, era un ave fénix porque tenía una hija que era su vida, una sombra revoltosa, nerviosa, que no se estaba nunca quieta, su Briseida, daría todo por Briseida, menos una vida estable y una familia convencional eso no podía de momento porque ninguno de los hombres que había conocido colaboraba, a veces sentía que se abría de piernas demasiado pronto y otras veces que los espantaba por mojigata, menos mal tenía desde niña a Héctor a su lado, siempre fiel, siempre atento para sacarle una sonrisa, para hacerla reír, para levantarle el ánimo, para hacerle sentir guapa y atractiva cuando ella solo veía una bolsa de basura en la extraña que no reconocía en el espejo, era el mejor amigo que se puede tener, un hermano, un confidente, un ángel del cielo que Dios o el destino le puso en el camino como un regalo para decirle que la vida no es tan dura, sus familias se conocían desde siempre, habían crecido en la misma calle, habían ido al mismo colegio, al mismo instituto, a las mismas discotecas, las mismas botellonas, eran inseparables, los vecinos y los amigos los veían enamorados, casados, con hijos, pero eso no se hizo realidad, nunca miró a Héctor con esos ojos, no era su tipo de hombre ni en lo físico ni en lo emocional, a veces se le olvidaba que era un hombre y le contaba cualquier cosa como si fuese una mujer, se supone que su mejor amiga debía ser mujer, pero Dios en su infinita sabiduría le envió un hombre no sabía si con alguna misión o lección que aprender, o es que solo fue porque tenia un sentido del humor un poco retorcido, Héctor era un amor, un poco inocentón para su edad, un hombre grandote, tímido, que a sus treinta y muchos años aún seguía viviendo con su madre y a quien nunca le conoció una novia, ¿qué querían las mujeres?, Héctor lo tenía todo para hacer feliz a una mujer, con ella no era tan tímido, claro que también era verdad que eran mala influencia el uno del otro, juntos eran un peligro, lo único que le costó perdonar a Héctor fue que se marchara a vivir a otra ciudad, bueno se fueron sus padres y él vivía con ellos, estuvo semanas sin hablarle porque se sintió abandonada por el hombre a quien más quería, su amigo fiel, su apoyo incondicional, aunque se veían muy seguido no dejaba de venir a verla y se lo pasaron juntos tan bien, tantas aventuras, tantas fiestas, tantas risas, tantas lágrimas, que ahora que lo volvía a tener no quería que se fuese nunca, volvía a sentirse viva, a sentirse chiquilla solo con su presencia, solo con mirarlo, les pasaba mucho se miraban, no se decían nada y se desataba un ataque de risa.

 

- ¿Y la chinita?

 

– La chinita está con su padre, quería agradecerte todo lo que estás haciendo por mí, tener un rato solos, emborracharnos, hablar, reír, llorar, contarnos todo o quedarnos en silencio, no lo sé, un tiempo para los dos.

 

- ¿En silencio tú?, no te creo, ¿quién eres tú y que hiciste con mi amiga?

 

– Jajajaja que bobo eres.

 

– No tienes que agradecerme nada, lo hago porque quiero, ya sabes yo lo sujeto y tú le pegas.

 

– Si se pudiera hacer eso Héctor le daría una paliza a la vida por lo mal que nos trata, a mi por lo emocional y a ti por la salud, eres mi ángel.

 

– Oooh que bonito me vas a emocionar, tú eres mi ángel.

 

– Me vas hacer llorar bobo.

 

Helena era un ángel, su ángel, una mujer trabajadora, valiente, luchadora, con un genio un poco pelín demasiado fuerte, una mujer rebelde, indomable, culta de las que hace sentir incomodos a los hombres porque les gustan las sumisas y las calladitas, y Helena era un volcán, pero era romántica, mimosa, dulce, alegre, divertida, solo que no era así con cualquiera, era la mejor amiga que se puede tener, fiel, leal, cariñosa, sabía como sacar lo mejor de él, si la conocías y rascabas un poco encima de esa coraza tan dura que la rodeaba  encontrabas una mujer maravillosa, un tesoro, magia, porque Helena era magia, y su cuerpo, su piel, su sonrisa, la luz de su mirada poesía, nunca supo el motivo por el que estaba sola, no se explicaba como pudo abandonarla Parris por muy joven que fuese la otra, le conoció cientos de novios, amigos, pretendientes, ponle el nombre que quieras, pero le duraban nada lo que un caramelo en la puerta de un colegio, siempre la quiso, de un modo casi enfermizo, irracional, desde que eran niños y jugaban al escondite o a policías y ladrones, ella le defendía del acoso de otros niños y él hacia lo mismo, siempre fueron un tremendo equipo, a veces la quería como a una hermana pequeña, otras veces como una buena amiga, otras veces la deseaba, o se enamoraba de ella perdidamente, la adolescencia fue muy dura con las hormonas a flor de piel, la amaba, admiraba la mujer que siempre fue y estaba orgulloso de la mujer que era, una guerrera siempre alegre o casi siempre alegre que bailaba y reía para sacudirse las penas, era preciosa no podía quitarle los ojos de encima cuando estaban juntos, llevaban un tatuaje que los unía para siempre que se hicieron en esa edad donde crees que vas a comerte el mundo y de noches de juergas interminables y borracheras, ella llevaba las alas de un ángel en la espalda, en el omoplato cerca del hombro, y él en el antebrazo, aunque las suyas eran negras y las de Helena fiel reflejo de su corazón tenían muchos colores, alguna vez hablaron de tener relaciones, Helena pensaba que el sexo destruiría la amistad, él pensaba que el sexo entre amigos debe unir aún más y que debe ser fantástico porque estás con una persona que te quiere y que te cuida, no volvieron a tocar el tema, la miraba, no podía dejar de mirarla, cada año más guapa, más atractiva, más herida, un poco más oscura con cada decepción, pero siempre hermosa, la más hermosa de todas, con su pelo recogido sobre un hombro, con el calor de una noche de verano pegado en la piel que brillaba por el sudor, se le sentó encima, le rodeó con sus piernas, y hundió su cabeza en su cuello, olía a flores frescas, la abrazó contra su pecho y le acariciaba la columna o los talones y gemelos de sus piernas con la yema de los dedos, muy suave, como si tuviera miedo a tocarla porque era un sueño que al tacto de sus caricias desaparecería como una nube de vaho en una fría mañana de enero, le ponía nervioso y le encantaba tenerla así de cerca, Helena se relajaba entre sus brazos, por alguna extraña razón aquellas caricias la trasportaban algún lugar donde era feliz y una paz que no podía explicar con palabras la embargaba, la cabeza le daba un poco vueltas, tal vez había tomado demasiado ron no podía seguirle el ritmo Helena era una esponja y tenía el aguante de un cosaco, el calor era pegajoso y sus pensamientos empezaban a traicionarle quería agarrarla de la barbilla, acariciar suave sus mejillas y ponerle un beso en los labios como en las películas, pero debía pensar en cosas no eróticas, respirar profundo, la abrazó más fuerte ella era su ángel, su cielo, su templo y su refugio.

 

– Sabes cual es mi talón de Aquiles, cuando me tocas así ufff se siente maravilloso.

 

– Estás un poco melosa esta noche Helena.

 

– Será porque llevo meses que no mojo, o será que es noche de luna llena.

 

– Ufff que no soy de piedra mujer.

 

– Uy una parte de ti sí que lo parece y se alegra mucho de verme, uyyyy mira que carita te pusiste rojo como un tomate, vamos aullar esta noche.

 

- ¿Te transformas en mujer loba?

 

– Ni te lo imaginas, en loba y en caperucita, yo tengo ganas y a ti te hace falta desfogar y que te quiten los pájaros de la cabeza con calor de mujer.

 

– Si sigues por ese camino va arder Troya.

 

– Que arda Troya hasta los cimientos y solo queden cenizas.

 

Aúlla como una loba las noches de luna llena, con su mirada acariciando el cielo pide deseos a las estrellas, arruga las sábanas con el polvo infinito de sus infinitos sueños, llena la noche con el sonido de su risa y se come la luna a cucharadas, es loba y caperucita eso dice el color de su piel de caramelo, brilla su piel suave con la luz de las estrellas fugaces ese es uno de sus misterios, sonríe y me mira de lejos, aúlla como una loca, se acerca, me atrapa y me come el corazón a besos. Fue una noche de verano donde perdimos el control, la timidez se confundía junto a nuestras ropas desparramadas por el suelo, la lengua y las manos tomaron tu cuerpo poniendo un pijama de saliva desde tu cintura hasta tu cuello, acariciando y comiendo como un hambriento todo el calor y esplendor de tus pezones y senos, la piel se rozaba sin cesar en un baile frenético bajo la luz de la luna, un torrente cálido surcaba entre tus piernas con tus manos aferradas a mis caderas, de rubor volvían la cara las estrellas, los gemidos y jadeos eran en mitad de la oscuridad de la noche un in crescendo aullido, dos animales ciegos de pasión que muerden y arañan en un hipnótico combate hasta que de pronto estallan, y así exhaustos y abrazados, con la respiración acelerada se besan y sonríen mirándose a los ojos, prometiendo con sus miradas que habrá otro asalto cuando llegue la mañana. Me encanta mirar sus lunares, como cae el pelo por su espalda, como lo lleva a un lado y deja su hombro desnudo para que bese su tatuaje, es como si el cielo hubiese puesto sus mejores estrellas en su piel, me encanta mirar la poesía que nace de sus poros, respirar profundo y llenar de aire mis pulmones con su aroma de mujer, me encanta mirar los satélites de su cuerpo de fantasía, tocarlos suave con mis dedos cuando vivo entre sus brazos o ella está dormida, me encanta mirar el rubor de sus mejillas la magia que hay en sus ojos cuando sus ojos me miran, y suspirar, suspirar en su cuello o en el calor de su pecho, le hago cosquillas dibujando letras invisibles en su espalda enredando mis dedos en su pelo mientras mis ojos le enciende la piel y el alma a besos.

Estoy llegando, han sido cuatro horas de viaje, fuera está lloviendo a cantaros, hoy está diluviando con su cielo gris como la panza de un burro, con sus nubes negras y enojadas llenas de agua derramando su rabia por la piel de la ciudad, Helena se agobió, lo pasábamos muy bien, estábamos muy bien, pude tocar el cielo y la felicidad con mis dedos, pero pensó que antes o después se jodería la relación porque siempre se jodía y no quería perderme, quería recordar como algo bonito las semanas, los meses donde éramos casi novios, donde nos entregamos por completo a los brazos del otro porque nos merecíamos ser felices de una puñetera vez, habló con su ex, me comentó de irse a vivir juntos de darle una oportunidad, y me subí al segundo tren del día siguiente para regresar a casa, fue bonito mientras duró, muy bonito, Helena lloraba y daba mil explicaciones, y no eran necesarias yo la iba a seguir queriendo igual que siempre, no me sentía traicionado, no me rompió el corazón, mi corazón siempre fue suyo y lo seguiría siendo hasta el fin de los tiempos, su felicidad era más importante que la mía, le dije que todo estaba bien, la abracé fuerte, que todo sería igual que siempre, que seguía siendo su fan número uno, que estaba orgulloso de ella, que a su servicio estaba mi espada y mi escudo, le besé la frente y me marché, de todos modos vivir con ella era algo temporal y había sido más de lo que ambos teníamos planeado, durante esas cuatro horas de viaje no dejé de mirar el paisaje, como resbalaban lágrimas por la ventana y costaba ver con claridad como llovía fuera y formaba charcos por todas partes, respiraba profundo y sentía el aroma de su piel en mi cuerpo, el teléfono no paraba de sonar, Helena no dejaba de enviarme mensajes, está loca joder, loquísima, pero es imposible no quererla, miraba al horizonte con una sonrisa, el campo y sus montañas habían dado paso a los edificios de la ciudad, la estación estaba cerca, volvía a mirar la pantalla y leer sus mensajes, te extraño, soy una boba, me lo he pensado mejor, vuelve, voy por ti, el tren se detiene, la estación que un día normal tiene gente por todas partes se encuentra ahora vacía, todos huyen despavoridos buscando un lugar donde resguardarse de la lluvia, joder como llueve y yo sin paraguas, y la veo, en medio del andén, empapada bajo una lluvia torrencial donde pasan desapercibidas las lágrimas de su cara, tiene el vestido pegado a su piel y no puedo dejar de abrazarla, en algún momento vino hacia mí y estamos los dos abrazados, quietos, inmóviles, recibiendo toda la ira de un cielo que nos mira y que nos envidia, nos abrazamos hasta quedarnos casi sin aire, de esos abrazos que parece que nos va a romper los huesos, un abrazo lleno de calor de nuestros corazones, fuerte, intenso, solo soy capaz de apartarle el pelo mojado que le cubre la cara y siento el calor de sus labios en mi boca y de sus mejillas en mi rostro, no sé cuanto tiempo llevamos bajo un aguacero besándonos como dos chiquillos, me agarra de la mano y corremos hasta el coche, me mira y sonríe, en esos cien metros donde si alguien nos mira vería a dos locos empapados, yo veo a dos jóvenes, los mismos críos que se vieron por primera vez hace tantos años que no alcanzo ni a recordarlo, la miro, no puedo dejar de mirarla, sus abrazos y su piel saben a te quiero y sus besos a te amo, y Troya volverá a arder hasta los cimientos y solo quedarán cenizas.

 


Antonio cintas anguas

mapashito

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