demonio verde
Paseaban su amor por la gran
muralla, agarrados de la mano a luz de la luna de sangre de una noche de
verano, no dejaban de mirarse y de sonreír, esa sonrisa nerviosa y esos ojos
llenos de rubor que tienen los enamorados por primera vez, Pucca era la única
mujer a la que se dejaba combatir, todas las demás mujeres lo tenían prohibido
por orden del emperador, pero Pucca la encontraron de niña en una cesta en un
río y la adoptaron en la aldea, a los pocos años los maestros y ancianos
encontraron algo especial en ella y se la quedaron, era diferente, el color de
la piel, en los ojos, pero a Garu no le importó, no le llamaban la atención las
otras chicas del pueblo solo tenía ojos para Pucca en aquella oscura noche
donde entre nubes parecían querer esconderse las estrellas, paseaban por la
gran muralla en su turno de guardia, tenían que vigilar que ningún demonio
atacase, en tal caso tenían que dar la voz de alarma y avisar a todos, cada mil
años los demonios, los hells salían de las entrañas de la tierra para
conquistar toda China y exterminar a la humanidad, esta vez tenían su guarida
ubicada, se podía adivinar a lo lejos en el horizonte, entre las montañas, una
fortaleza morada y negra, entre nubes oscuras. Garu vestía una armadura azul,
formaba parte de la elite de los guerreros del emperador, Pucca tenía una
armadura roja que hacía juego con su cabello, era la única que podía usar ese
color, el resto de las formaciones usaba otros colores según su desempeño,
arqueros, caballería, infantería, decían las historias antiguas que cada diez
mil años entre los hells nacía un demonio invencible, uno de color verde a
quien ningún hombre podía matar, pero esa historia formaba parte de las
leyendas, un asusta viejas pensaba Garu, cuentos para asustar a los niños para
que obedezcan a sus padres o para que no caminen solos por el bosque, paseaban
su amor por la gran muralla, agarrados de la mano a la luz de una luna de
sangre que observaba desde el cielo como se abrazaban fuerte y se besaban los
labios.
– Mira Garu el maestro Harumi
me ha tatuado un dragón rojo en mi muñeca, tú eres mi dragón Garu.
– Pues a mí el anciano
Murakami me ha dibujado un ave fénix azul en mi muñeca, tú eres mi ave fenix
Pucca.
– Es precioso Garu.
– Tú eres preciosa Pucca, lo
más hermoso que existe en toda China.
– Te amo Garu.
A Garu no le dio tiempo a
decirle a Pucca que también la amaba, por encima de su hombro vio como
descendía una lengua de fuego desde las montañas, y a la cabeza una luz verde
que le hizo sentir un fuerte escalofrío por la espalda, se acercaron a las
almenas de la gran muralla, estaba oscuro y no se podía ver bien pero los hells
estaban allí trepando por el muro, y la enorme lengua de fuego eran jinetes con
antorchas que venían a toda velocidad, tenían que dar la voz de alarma, tenían
que defender los muros de la gran muralla, Garu llegó hasta el gong y lo
golpeaba con todas sus fuerzas, en cuestión de segundos miles de soldados se
encontraban en los muros luchando a muerte contra los demonios hells, una
batalla encarnizada, los tenían a raya o al menos eso creían, hasta que un hell
enorme y verde cruzó el muro, debía medir al menos tres metros, con una espada
enorme y pesada que con cada golpe enviaba a la muerte a siete u ocho soldados
al mismo tiempo haciéndolos volar varios metros, o aplastándolos contra el
suelo, era el demonio de la leyenda, el hell invencible que ningún hombre podía
matar, el terror cruzaba la muralla de un extremo al otro como si fuese pólvora,
por primera vez en siglos el muro había cedido, muchos huían al interior, otros
aún intentaban enviar a los demonios al otro lado del muro, Pucca era hábil con
la espada, había nacido para matar demonios, los mantenía a raya, pero todos
los demás flancos habían caído, tenían que huir, quiso gritar a Garu pero
perdió la voz el gigante verde con un arco había clavado una flecha en la
espalda y su armadura azul se caía a pedazos, salió en su ayuda, pero ya era
tarde, lo estrechó entre sus brazos con cuatro flechas que le habían enviado al
más allá, a Pucca ya no le importaba nada, no oía la batalla a su alrededor, su
amor, su gran amor yacía muerto entre sus brazos, no podía dejar de llorar, su
vida sin Garú sentía que ya no valía nada, los soldados murieron o se batían en
retirada, todo estaba perdido, China estaba perdida, rodaban lágrimas calientes
por sus mejillas, lloraba lágrimas de sangre, nunca hasta esa aciaga noche
había visto una lágrima de sangre, y salían de sus ojos a borbotones, sintió un
dolor en el alma, como si un animal herido la arañase con sus afiladas garras,
y se hizo el silencio, estaba a solas en un lugar oscuro y frio y la miraba con
los ojos encendidos de fuego otra Pucca que no conocía y que sin embargo
parecía que la acompañaba.
- No tengas miedo, soy tu
otra cara, la que nadie conoce, tú no eres uno de ellos, no eres un torpe
humano, tú eres un demonio, un hell, tu madre se enamoró como tú de un ser
débil y tuvo que abandonarte para que no te mataran, este no es tu lugar, suelta
la cadena que me tiene atada a esta fría pared, deja que vengue la muerte de
Garu, soy una Kimera, una crisálida, un súper demonio con una fuerza y
velocidad muy por encima de todos, solo por esta vez libérame y deja que te lo
muestre, puedes gobernarme a tu antojo, puedes cortar o soltar la cadena según
tu voluntad, ¿qué tienes que perder?, vamos date prisa o moriremos las dos y no
mueras antes de vengar a Garu tu único y verdadero amor.
- Pero una vez nos hayamos
vengado volverás a tu lugar, ¿lo prometes?.
- Lo prometo.
Y Pucca soltó la cadena de Kimera, y esta
empezó a correr, y su cuerpo tomó la forma de un enorme dragón rojo, y gritó,
gritó tan fuerte que los hells que la rodeaban se quedaron paralizados,
entonces ocurrió algo insólito, los demonios estaban ganando, tenían la
victoria en la mano pero desde la fortaleza de la montaña ordenaron retirada y
en cuestión de segundos como si fuesen el vapor que escapa por la boca una
mañana de frio desaparecieron, pero quedaban los muertos, y una Pucca distinta
se alzaba, había desaparecido el rojo de su cabello, era un cabello más azul
que negro, y los ojos castaños dejaron paso a unos ojos negros, y a una
armadura verde y negra, había cambiado casi por completo, agarró su espada y la
espada de Garu y fue a toda velocidad sedienta de sangre hacia las montañas.
Entró en la sala del trono, doscientos metros o más a lo largo y a lo ancho,
con columnas tan altas que no se veía ni el techo, de donde bajaban demonios de
todos los tamaños y colores, reptando casi, como insectos, todos los ojos
abiertos como platos puestos en ella, y en su camino un rastro de sangre y
cuerpos destrozados desde las murallas moradas y negras, le atacan, a cientos,
a miles, la rodean, ríe feliz, ha nacido para matar demonios, mueren a cientos
bajo la hoja de su espada, huyen, ya no se le acercan, los cadáveres se
amontonan bajo sus pies, al fondo de la sala la reina, con su piel morada pálida
y cuatro grandes alas, con una melena blanca que le alcanza hasta los tobillos,
y unos colmillos que sobresalen por sus gruesos labios pintados de un morado
muy oscuro, su trono en alto, rodeado de cientos de miles de cráneos, de huesos
humanos, envía a su mejor guerrero, al hell verde de los tres metros.
- Ningún hombre puede matar
al gran demonio verde, muere insensata por tu impertinencia, arrodíllate o
muere como murió tu madre, sí te reconocí, eres una de las nuestras, los
humanos son débiles, lucha a mi lado o sufre las consecuencias.
Una carcajada retumba en el
eco de los altos techos ante la mirada llena de furia de la reina hell que se
siente humillada, todos gritan, aúllan, un frenesí loco, un ruido ensordecedor
animando a su campeón, que alza su pesada espada y falla el golpe, demasiado
lento, sube por su espada, por su brazo portentoso, llega hasta su pecho y con
un gesto de sus dos espadas la cabeza del monstruo rueda por el suelo, un
silencio de los que dan miedo y de los que duele lo llena todo, los hells huyen
llenos de pavor, suben por las altas columnas por las que descendieron, corren
por sus galerías, huyen de la sala antes los gritos de su reina que no quiere
quedarse sola.
– Es imposible, el guerrero
verde es invencible, no puede ser vencido por hombre alguno.
– Pero mi reina, yo no soy un
hombre, soy una mujer, y soy el demonio verde.
– Eres un hell es el odio
quien te ha traído hasta aquí, lucha a mi lado.
– Te equivocas, es el amor
quien me da las fuerzas y por eso vas a perder.
– Eres débil nada de lo que
hagas podrá devolverte ese amor del que hablas.
– Lo sé, no he venido a
devolverle la vida, estoy aquí para arrebatarte la tuya.
La espada de Garu atraviesa su garganta, y la de Pucca rompe en
dos el corazón de la reina de los hells.
– Regresa como prometiste.
– No.
Comienza amanecer, aún es de
noche, el cielo está en llamas, en el horizonte grandes columnas de humo y
gritos desgarradores inundan el alma y el corazón de los hombres, la fortaleza
de la montaña no existe, es un amasijo de piedras, fuego y sangre, un guiñapo a
lo lejos de lo que hasta ayer fue, la gran muralla está repleta de ejércitos,
hasta los soldados más valientes tiemblan, ante los gritos y los lamentos que
atronan de demonios que huyen y lloran, el aire y el silencio en las almenas es
pesado, huele a cenizas, a terror, a cuerpos quemados, y aparece entre las
sombras, la silueta de una mujer que camina con sangre en las manos, luchó muy
fuerte para acortar la cadena y encerrar en la mazmorra de su alma al demonio
verde, llega exhausta, con lágrimas en los ojos, rojas y calientes, la miran
desde los altos muros con temor, ya no es la misma, un hibrido de humana y hell
vive ahora bajo su piel, su cabello es oscuro como la noche con un mechón azul
y con un mechón rojo, reconoce esas miradas, le temen, ya nadie la quiere, no
lleva armadura, solo una camiseta negra destroza echa jirones con amplio escote
mostrando su pecho desgarrado por el dolor, no los necesita, ni a unos ni a
otros, necesita del amor y del cariño de Garu que ya no forma parte de esta
vida, estuvo dormida, varios días junto a la lápida de su amor. En esta soledad fría y oscura de este bosque
de cruces marmóreas oigo el crepitar de los huesos De los que un día fueron llorados y hoy olvidados, se
mezclan sus cuerpos con el fango y los
gusanos, nada se oye en este lugar abandonado tal vez el quejido lejano de un
alma errante que vaga sin rumbo por estos páramos, nada hay aquí que merezca ser recordado no conocen ni nuestra existencia los que duermen el sueño eterno sin temor a ser despertados, ángeles de piedra nos lloran con su llanto de moho entre el polvo y las enredaderas, un
llanto sordo y frio que nos abraza en las
noches huérfanas de luna y de estrellas, nada queda aquí en
este bosque perdido, lápidas sin nombre,
sueños rotos de difuntos que se confunden con
la oscuridad de la noche ángeles malditos
de alas rotas que no supieron vivir entre los vivos, en esta soledad fría y oscura
entre el silencio de los muertos
camina como un fantasma mi alma impura buscando
algo que ha perdido y que nunca encuentra
por capricho del destino, aquí yacen santos
y asesinos ricos y mendigos no existen dioses este es el paraíso. Despertó de su sueño, descansó, se bañó en el río, dejó ir a Garu con una
promesa de rodillas, juro que no amaré a nadie más, se puso la armadura azul de
Garu, soy tu ave fénix azul para siempre, y se marchó hacer lo único que se le
daba bien, había nacido para matar demonios, y a partir de ahora sería Pucca la
caza hells.
Antonio cintas anguas
mapashito
1 Comments:
Amo este escrito, me transportas, lo vivo, sufro con ella, me encanta ....vamos por más.
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