hija de la luna
Oigo gritos, disparos, desde
lo alto de la loma se divisa todo el valle, cuatro hombres atacan a una mujer
india, hay un quinto en el suelo con la cabeza reventada, dos perros en un
charco de sangre, todo son gritos y risas, la mujer esta desnuda sus ropas
jirones desparramados por el suelo, tratan de violarla, se resiste como una
fiera salvaje en el suelo, no puedo quedarme quieto, sacó mi revolver y voy a
galope hacia ellos, a uno de ellos le hago un colador en la barriga, los otros
tres me disparan, la mujer escapa de entre sus cuerpos, caigo al suelo, me han
alcanzado, me duele la cadera y por como arde el abdomen debo tener otro balazo,
puedo ver desde el suelo como la mujer los ha sorprendido por detrás y le ha
cortado el cuello a uno de ellos y a otro le ha clavado un hacha en la sesera, queda
uno que huye, la mujer desnuda y llena de golpes y arañazos no tiene prisa,
admiro su temple y aplomo, desnuda arroja sus armas al suelo y agarra un arco y
una flecha, se toma su tiempo, unos segundos, y atraviesa la espalda de aquel
desgraciado, agarra de nuevo su hacha y su cuchillo y corre hacia sus cuerpos,
los apuñala con rabia, les arranca uno a uno sus corazones y los muerde, va de
un lado a otro serena, yo miro al cielo, no puedo moverme, parece mentira que
el invierno esté a la vuelta de la esquina, un cielo precioso, limpio, azul
celeste lo llena todo hasta donde alcanza la vista, un sol grande y hermoso lo
baña todo con su cálida luz parece un día de primavera, la mujer me mira con su
boca y su rostro cubierto de sangre, me mira a los ojos y me da las gracias
antes de desaparecer, cuando regresa lleva una túnica, me da de beber un
brebaje de color verde que no puede estar más amargo, esto te ayudará a dormir
dice entre susurros, de cerca puedo verla mejor aunque la cabeza me esté dando
vueltas, no pareces una india, no soy una india soy una cheroqui es lo último
que alcanzo a oír como un eco muy lejano y me atrapa un sueño profundo y pesado,
una oscuridad me abraza, me siento tan cansado que parece que jamás despertaré
de este sueño, siempre fui un niño y un hombre enfermo, con muchos dolores
durante toda mi vida, con enfermedades diversas, y me siento viejo y vencido de
tanto luchar con ellas, pero en esta oscuridad, en este sueño pesado siento que
floto, siento que ya no me duele nada, vuelvo a sentirme joven tal vez todo fue
solo un sueño una mala pesadilla y despertaré de adolescente de nuevo, pero con
la sabiduría que dan los años, disfrutaría más de la familia, no lloraría y le
daría importancia a tonterías y le daría su lugar y su valor a lo realmente
importante, sería un hombre normal, con problemas normales, con problemas de
amores, para casarme, para formar una familia, para que nunca falté comida en
la mesa, mis problemas serían velar y cuidar por los sueños de las personas más
queridas y cercanas, tendría tres o cuatro hijos todos sanos y hermosos como
los ojos y el rostro de su madre, y sería feliz por todo porque todo sería un
regalo del cielo y podría olvidar este infierno y recuperar la sonrisa y la
alegría que no recuerdo donde perdí, que bonito sueño, oigo a lo lejos unas
palabras que se repiten, una letanía en una lengua extraña, cuando abro los
ojos estoy dentro de la tienda de la mujer cheroqui, en una especie de cama
cubierto de pieles, me está pasando un huevo por todo el cuerpo, dice palabras
que no comprendo, le debe estar rezando a un Dios o me está haciendo algún
hechizo, parece que fuma de una gran pipa, grita y me cubre de humo, vuelvo a
quedar dormido, mi cuerpo suda, arde, me duele la cadera y el abdomen como si
un animal salvaje me estuviera despellejando con sus afiladas garras, para
cuando vuelvo abrir los ojos, la encuentro sentada, mirando mis ojos, no me
quita ojo, me cambia un trapo mojado que tengo puesto sobre la frente, tiene
razón no es una india, pero no se parece a ninguna cheroqui, es preciosa, con
su piel blanca de muñeca de porcelana, con su pelo largo y castaño casi pelirrojo
que cae por su cara, sus hombros y su espalda, la boca pequeña y rosada, los
ojos pequeños y rasgados, sus rasgos orientales me hacen suspirar, nunca vi un
ángel del cielo pero supongo que deben ser más o menos así.
- ¿Eres una cheroqui china?
– Soy una cheroqui, si le
quieres añadir algo no soy china, mi madre era japonesa.
– Es usted preciosa, gracias
por los cuidados pero debo seguir mi camino.
– Gracias por salvarme la
vida, estamos en paz, me temo que vamos a pasar mucho tiempo juntos, lleva
semanas durmiendo y sus heridas no han sanado del todo, hasta primavera que la
nieve se derrita de los caminos no podrá ir muy lejos.
– Estoy cansado, ¿tiene nombre?
– Hija de la luna.
– Precioso, yo soy Bill.
- ¿Tiene oficio Bill?, ¿una
familia que lo espera?
– Tuve varios oficios y
ninguno se me daba bien, fui Bill el niño atracador de bancos, búfalo Bill
cazador de búfalos, Bill el buscador de oro, y ahora solitario Bill, no tengo
nadie esperando, ni tengo oficio, ni donde caerme muerto, iba a buscar un
empleo como ayudante de sheriff o como payaso de rodeo.
– No me gusta ninguno de
ellos.
- ¿Hay un señor de luna?
– Vivo sola, no necesito la
compañía de un hombre.
– De eso estoy casi seguro.
Pronto llegaron las nieves,
Bill no podía salir de la tienda, le dolían mucho las piernas sobre todo la
derecha, pasaron meses conversando, tratando de aprender el uno del otro, Bill
sabía leer y escribir, y le leía cuentos y poemas a hija de la luna que bebía
cada palabra fascinada como una niña pequeña, los poemas les gustaban menos
porque pensaba que eran zalamerías del hombre blanco para engañar a mujeres
ilusas, pero amaba los cuentos, los que más le gustaban era el de las mil y una
noches y el de la lámpara mágica que concedía tres deseos, soñaba por las
noches con esas historias, que era una princesa que volaba en una alfombra
mágica, Bill no sería un buen guerrero, era un hombre débil y viejo, sobre todo
por dentro, por dentro era un anciano, era inmaduro como un niño pero su cuerpo
era el de un anciano no podría hacer feliz a ninguna cheroqui, le contó una
noche que apenas recordaba a su madre, que no recordaba como fue a parar a un
pueblo cheroqui, que ella era la hija del amor que uno de los jefes del poblado
sentía por su madre, que murió joven, que no supo acostumbrarse a esa vida, que
se hizo cargo de ella su abuela, recordaba algunas cosas de su madre,
costumbres de un pueblo que no conocía y que enfadaban mucho a su padre, creció
como una más, aunque su color de piel molestaba a otras mujeres y eso la hizo
más fuerte, que una mañana de noviembre los hombres blancos, los soldados
azules aparecieron de la nada y asesinaron a todos, todo quedó destruido, por
algún motivo a ella la dieron por muerta o no la vieron, se había quedado sola
y se marchó con las justas a emprender su propio camino, que llevaba años muy
tranquila, que por ese lugar no pasaba nadie, hasta el día en que se
conocieron, quería aprender a escribir, quería aprender a leer, soñaba con
poder acariciar las letras de aquellas hojas que hacían volar su imaginación
hasta lugares remotos, anhelaba poder dormir algún día con aquel libro
maravilloso abrazado contra su pecho, ella le enseñaría a amar a la madre
tierra, a escuchar a la naturaleza, a tener fe, a comer sano, el poder curativo
de las plantas, a pescar, cazar, diferenciar que puedes comer en el bosque y
evitar a los animales peligrosos, le enseñaría a ser un buen rastreador y a
soportar el frio del invierno, tal vez le pudiese ser útil en alguna profesión
en el futuro, y aprendieron el uno del otro, y aprendieron y recibieron mucho
más de lo que esperaban, aprendieron de miradas, de sonrisas, de abrazos que
quitan el frio del alma, aprendieron a reír a carcajadas, como solo ríen los
puros de corazón cuando el amor más bonito les abraza, aprendieron a vivir y
respirar una paz que nunca habían conocido antes, juntaron sus camas, sus
pieles, dormían abrazados muy pegados los cuerpos y los sueños el uno del otro,
aprendieron de caricias que te dan la vida, eran amigos, sin darse cuenta más
que amigos, un tremendo equipo, y algo más grande que ellos, más grande que el
cielo y que la vida latía y crecía dentro de sus pechos.
– Vente a vivir conmigo.
– Me gusta mi tienda, me
gusta mi vida.
– Puedes llevarte tu tienda y
tu vida, quiero construir una casa de madera, lo haremos juntos yo solo soy un
desastre, y podemos tener algunos animales, y puedes poner tu tienda donde
quieras, en la casa pondré un mueble para tus libros, te compraré todos los que
pueda.
– No podrás comprar libros y
lo sabes.
– Tienes razón, pero puedo
regalarte un caballo, y podrás ir donde te plazca.
– Quiero uno blanco como la
nieve, lo llamaré Sherezade.
– Y uno blanco tendrás, ¿eso
es un sí?.
– Eso es un sí, tú no puedes
estar solo, solo conseguirías que te maten, debo seguir cuidando de ti Bill.
Hija de la luna era feliz, con
su gran tocado lleno de plumas blancas y oscuras y sus ropas de vivos colores
donde predominaban los colores blancos, rojos y naranjas, seguía llevando casi
la misma vida que antes de conocer a Bill, construyeron una modesta casa de
madera, un poco rustica y pequeña, Bill aspiraba a algo mejor pero era un
palacio para los dos, su tienda estaba cerca, podía verse desde la gran ventana
de la sala, ahora tenía dos perros grandes, fieles y leales que darían su vida
por ella, tenía un pequeño corral con gallinas, y el bosque y un pequeño río no
quedaban muy lejos, le gustaba pasar muchas noches en su tienda a la luz de una
hoguera y pasarse horas mirando a las estrellas, Bill no tenía oficio y no
podría tenerlo aunque quisiera su pobre salud le impedía llevar una vida
normal, pero la naturaleza les daba todo cuanto necesitaban, y tenía a Sherezade,
galopaba por todas partes sintiendo el viento en su cara, si le alcanzaba la
noche aullaba a la luna a lomos de su yegua blanca como la más pura nieve, Bill
se pasaba la mayor parte del tiempo en casa, le sonreía y le saludaba desde la
ventana, o desde el angosto porche lo encontraba sentado sin dejar de mirarla,
sentía un calor en su cuerpo, en su piel, perdía el miedo y cada vez era más
descarada, había encontrado el amor en aquel pobre diablo, y aunque no fuese un
guerrero cheroqui ella era su india oriental, en el mueble que hizo torpemente
con sus propias manos descansaba el libro que tanto le gustaba, últimamente
estaba más distante, solitario, algo se traía entre manos, aquella noche
durante la cena le pidió perdón por si la noche anterior fue demasiado
descarada, pero era feliz y no podía y no quería contenerse, y un deseo
empezaba a resbalar por su espalda, como cada noche después de cenar fue a por
el libro para que Bill le leyese como aquel genio de la lámpara le concedía
deseos a Aladino, ella ya sabía leer, pero le gustaba oír a Bill, su voz le
daba paz y todo cuanto leía sonaba y se veía más hermoso desde la voz de Bill,
y se llevó una sorpresa, había otro libro, pero era imposible, no tenían dinero
porque no lo necesitaban, y Bill no había ido a ningún lugar, ni aunque
quisiera no había ninguna ciudad cerca, y descartó el paso de algún forastero
habría oído ladrar a los perros, lo agarró y lo abrió, acariciaba el cuero con
sus dedos, cada letra, en la primera pagina pudo leer, de mí para ti, de Bill
para hija de la luna.
– Eres muy sensual, muy
segura de ti misma, erótica, traviesa, provocativa, juguetona, caliente, sexy,
húmeda, ardiente, divertida, bellísima, un cuerpo y unos ojos donde escribir o
leer poesía, con caricias, con besos, con gemidos, con suspiros, con el sudor
del deseo, con uñas y abrazos que nos quiere dentro, con esa magia de luz y
amor que solo sueñan los despiertos, un cielo, con el color de tu piel, con el
sabor de tus labios, con la ropa por el suelo, con mis manos en tus lunares y
en mi espalda tus manos, soñando en el calor de tu pecho, con mi cara invadida
por tu pelo, respirando el aroma de mujer de fantasía, poesía de la que no quieres
abrir los ojos, porque no quieres despertar de ese sueño, no sé si fuiste
descarada, pero no puedo dejar de besar la boca de nácar de tu cara.
– Te amo Bill.
– Te amo mi cheroqui oriental,
hija de la luna.
Antonio cintas anguas
mapashito
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