Thursday, June 03, 2021

hija de la luna

 



Oigo gritos, disparos, desde lo alto de la loma se divisa todo el valle, cuatro hombres atacan a una mujer india, hay un quinto en el suelo con la cabeza reventada, dos perros en un charco de sangre, todo son gritos y risas, la mujer esta desnuda sus ropas jirones desparramados por el suelo, tratan de violarla, se resiste como una fiera salvaje en el suelo, no puedo quedarme quieto, sacó mi revolver y voy a galope hacia ellos, a uno de ellos le hago un colador en la barriga, los otros tres me disparan, la mujer escapa de entre sus cuerpos, caigo al suelo, me han alcanzado, me duele la cadera y por como arde el abdomen debo tener otro balazo, puedo ver desde el suelo como la mujer los ha sorprendido por detrás y le ha cortado el cuello a uno de ellos y a otro le ha clavado un hacha en la sesera, queda uno que huye, la mujer desnuda y llena de golpes y arañazos no tiene prisa, admiro su temple y aplomo, desnuda arroja sus armas al suelo y agarra un arco y una flecha, se toma su tiempo, unos segundos, y atraviesa la espalda de aquel desgraciado, agarra de nuevo su hacha y su cuchillo y corre hacia sus cuerpos, los apuñala con rabia, les arranca uno a uno sus corazones y los muerde, va de un lado a otro serena, yo miro al cielo, no puedo moverme, parece mentira que el invierno esté a la vuelta de la esquina, un cielo precioso, limpio, azul celeste lo llena todo hasta donde alcanza la vista, un sol grande y hermoso lo baña todo con su cálida luz parece un día de primavera, la mujer me mira con su boca y su rostro cubierto de sangre, me mira a los ojos y me da las gracias antes de desaparecer, cuando regresa lleva una túnica, me da de beber un brebaje de color verde que no puede estar más amargo, esto te ayudará a dormir dice entre susurros, de cerca puedo verla mejor aunque la cabeza me esté dando vueltas, no pareces una india, no soy una india soy una cheroqui es lo último que alcanzo a oír como un eco muy lejano y me atrapa un sueño profundo y pesado, una oscuridad me abraza, me siento tan cansado que parece que jamás despertaré de este sueño, siempre fui un niño y un hombre enfermo, con muchos dolores durante toda mi vida, con enfermedades diversas, y me siento viejo y vencido de tanto luchar con ellas, pero en esta oscuridad, en este sueño pesado siento que floto, siento que ya no me duele nada, vuelvo a sentirme joven tal vez todo fue solo un sueño una mala pesadilla y despertaré de adolescente de nuevo, pero con la sabiduría que dan los años, disfrutaría más de la familia, no lloraría y le daría importancia a tonterías y le daría su lugar y su valor a lo realmente importante, sería un hombre normal, con problemas normales, con problemas de amores, para casarme, para formar una familia, para que nunca falté comida en la mesa, mis problemas serían velar y cuidar por los sueños de las personas más queridas y cercanas, tendría tres o cuatro hijos todos sanos y hermosos como los ojos y el rostro de su madre, y sería feliz por todo porque todo sería un regalo del cielo y podría olvidar este infierno y recuperar la sonrisa y la alegría que no recuerdo donde perdí, que bonito sueño, oigo a lo lejos unas palabras que se repiten, una letanía en una lengua extraña, cuando abro los ojos estoy dentro de la tienda de la mujer cheroqui, en una especie de cama cubierto de pieles, me está pasando un huevo por todo el cuerpo, dice palabras que no comprendo, le debe estar rezando a un Dios o me está haciendo algún hechizo, parece que fuma de una gran pipa, grita y me cubre de humo, vuelvo a quedar dormido, mi cuerpo suda, arde, me duele la cadera y el abdomen como si un animal salvaje me estuviera despellejando con sus afiladas garras, para cuando vuelvo abrir los ojos, la encuentro sentada, mirando mis ojos, no me quita ojo, me cambia un trapo mojado que tengo puesto sobre la frente, tiene razón no es una india, pero no se parece a ninguna cheroqui, es preciosa, con su piel blanca de muñeca de porcelana, con su pelo largo y castaño casi pelirrojo que cae por su cara, sus hombros y su espalda, la boca pequeña y rosada, los ojos pequeños y rasgados, sus rasgos orientales me hacen suspirar, nunca vi un ángel del cielo pero supongo que deben ser más o menos así.

 

- ¿Eres una cheroqui china?

 

– Soy una cheroqui, si le quieres añadir algo no soy china, mi madre era japonesa.

 

– Es usted preciosa, gracias por los cuidados pero debo seguir mi camino.

 

– Gracias por salvarme la vida, estamos en paz, me temo que vamos a pasar mucho tiempo juntos, lleva semanas durmiendo y sus heridas no han sanado del todo, hasta primavera que la nieve se derrita de los caminos no podrá ir muy lejos.

 

– Estoy cansado, ¿tiene nombre?

 

– Hija de la luna.

 

– Precioso, yo soy Bill.

 

- ¿Tiene oficio Bill?, ¿una familia que lo espera?

 

– Tuve varios oficios y ninguno se me daba bien, fui Bill el niño atracador de bancos, búfalo Bill cazador de búfalos, Bill el buscador de oro, y ahora solitario Bill, no tengo nadie esperando, ni tengo oficio, ni donde caerme muerto, iba a buscar un empleo como ayudante de sheriff o como payaso de rodeo.

 

– No me gusta ninguno de ellos.

 

- ¿Hay un señor de luna?

 

– Vivo sola, no necesito la compañía de un hombre.

 

– De eso estoy casi seguro.

 

Pronto llegaron las nieves, Bill no podía salir de la tienda, le dolían mucho las piernas sobre todo la derecha, pasaron meses conversando, tratando de aprender el uno del otro, Bill sabía leer y escribir, y le leía cuentos y poemas a hija de la luna que bebía cada palabra fascinada como una niña pequeña, los poemas les gustaban menos porque pensaba que eran zalamerías del hombre blanco para engañar a mujeres ilusas, pero amaba los cuentos, los que más le gustaban era el de las mil y una noches y el de la lámpara mágica que concedía tres deseos, soñaba por las noches con esas historias, que era una princesa que volaba en una alfombra mágica, Bill no sería un buen guerrero, era un hombre débil y viejo, sobre todo por dentro, por dentro era un anciano, era inmaduro como un niño pero su cuerpo era el de un anciano no podría hacer feliz a ninguna cheroqui, le contó una noche que apenas recordaba a su madre, que no recordaba como fue a parar a un pueblo cheroqui, que ella era la hija del amor que uno de los jefes del poblado sentía por su madre, que murió joven, que no supo acostumbrarse a esa vida, que se hizo cargo de ella su abuela, recordaba algunas cosas de su madre, costumbres de un pueblo que no conocía y que enfadaban mucho a su padre, creció como una más, aunque su color de piel molestaba a otras mujeres y eso la hizo más fuerte, que una mañana de noviembre los hombres blancos, los soldados azules aparecieron de la nada y asesinaron a todos, todo quedó destruido, por algún motivo a ella la dieron por muerta o no la vieron, se había quedado sola y se marchó con las justas a emprender su propio camino, que llevaba años muy tranquila, que por ese lugar no pasaba nadie, hasta el día en que se conocieron, quería aprender a escribir, quería aprender a leer, soñaba con poder acariciar las letras de aquellas hojas que hacían volar su imaginación hasta lugares remotos, anhelaba poder dormir algún día con aquel libro maravilloso abrazado contra su pecho, ella le enseñaría a amar a la madre tierra, a escuchar a la naturaleza, a tener fe, a comer sano, el poder curativo de las plantas, a pescar, cazar, diferenciar que puedes comer en el bosque y evitar a los animales peligrosos, le enseñaría a ser un buen rastreador y a soportar el frio del invierno, tal vez le pudiese ser útil en alguna profesión en el futuro, y aprendieron el uno del otro, y aprendieron y recibieron mucho más de lo que esperaban, aprendieron de miradas, de sonrisas, de abrazos que quitan el frio del alma, aprendieron a reír a carcajadas, como solo ríen los puros de corazón cuando el amor más bonito les abraza, aprendieron a vivir y respirar una paz que nunca habían conocido antes, juntaron sus camas, sus pieles, dormían abrazados muy pegados los cuerpos y los sueños el uno del otro, aprendieron de caricias que te dan la vida, eran amigos, sin darse cuenta más que amigos, un tremendo equipo, y algo más grande que ellos, más grande que el cielo y que la vida latía y crecía dentro de sus pechos.

 

– Vente a vivir conmigo.

 

– Me gusta mi tienda, me gusta mi vida.

 

– Puedes llevarte tu tienda y tu vida, quiero construir una casa de madera, lo haremos juntos yo solo soy un desastre, y podemos tener algunos animales, y puedes poner tu tienda donde quieras, en la casa pondré un mueble para tus libros, te compraré todos los que pueda.

 

– No podrás comprar libros y lo sabes.

 

– Tienes razón, pero puedo regalarte un caballo, y podrás ir donde te plazca.

 

– Quiero uno blanco como la nieve, lo llamaré Sherezade.

 

– Y uno blanco tendrás, ¿eso es un sí?.

 

– Eso es un sí, tú no puedes estar solo, solo conseguirías que te maten, debo seguir cuidando de ti Bill.

 

Hija de la luna era feliz, con su gran tocado lleno de plumas blancas y oscuras y sus ropas de vivos colores donde predominaban los colores blancos, rojos y naranjas, seguía llevando casi la misma vida que antes de conocer a Bill, construyeron una modesta casa de madera, un poco rustica y pequeña, Bill aspiraba a algo mejor pero era un palacio para los dos, su tienda estaba cerca, podía verse desde la gran ventana de la sala, ahora tenía dos perros grandes, fieles y leales que darían su vida por ella, tenía un pequeño corral con gallinas, y el bosque y un pequeño río no quedaban muy lejos, le gustaba pasar muchas noches en su tienda a la luz de una hoguera y pasarse horas mirando a las estrellas, Bill no tenía oficio y no podría tenerlo aunque quisiera su pobre salud le impedía llevar una vida normal, pero la naturaleza les daba todo cuanto necesitaban, y tenía a Sherezade, galopaba por todas partes sintiendo el viento en su cara, si le alcanzaba la noche aullaba a la luna a lomos de su yegua blanca como la más pura nieve, Bill se pasaba la mayor parte del tiempo en casa, le sonreía y le saludaba desde la ventana, o desde el angosto porche lo encontraba sentado sin dejar de mirarla, sentía un calor en su cuerpo, en su piel, perdía el miedo y cada vez era más descarada, había encontrado el amor en aquel pobre diablo, y aunque no fuese un guerrero cheroqui ella era su india oriental, en el mueble que hizo torpemente con sus propias manos descansaba el libro que tanto le gustaba, últimamente estaba más distante, solitario, algo se traía entre manos, aquella noche durante la cena le pidió perdón por si la noche anterior fue demasiado descarada, pero era feliz y no podía y no quería contenerse, y un deseo empezaba a resbalar por su espalda, como cada noche después de cenar fue a por el libro para que Bill le leyese como aquel genio de la lámpara le concedía deseos a Aladino, ella ya sabía leer, pero le gustaba oír a Bill, su voz le daba paz y todo cuanto leía sonaba y se veía más hermoso desde la voz de Bill, y se llevó una sorpresa, había otro libro, pero era imposible, no tenían dinero porque no lo necesitaban, y Bill no había ido a ningún lugar, ni aunque quisiera no había ninguna ciudad cerca, y descartó el paso de algún forastero habría oído ladrar a los perros, lo agarró y lo abrió, acariciaba el cuero con sus dedos, cada letra, en la primera pagina pudo leer, de mí para ti, de Bill para hija de la luna.

 

– Eres muy sensual, muy segura de ti misma, erótica, traviesa, provocativa, juguetona, caliente, sexy, húmeda, ardiente, divertida, bellísima, un cuerpo y unos ojos donde escribir o leer poesía, con caricias, con besos, con gemidos, con suspiros, con el sudor del deseo, con uñas y abrazos que nos quiere dentro, con esa magia de luz y amor que solo sueñan los despiertos, un cielo, con el color de tu piel, con el sabor de tus labios, con la ropa por el suelo, con mis manos en tus lunares y en mi espalda tus manos, soñando en el calor de tu pecho, con mi cara invadida por tu pelo, respirando el aroma de mujer de fantasía, poesía de la que no quieres abrir los ojos, porque no quieres despertar de ese sueño, no sé si fuiste descarada, pero no puedo dejar de besar la boca de nácar de tu cara.

 

– Te amo Bill.

 

– Te amo mi cheroqui oriental, hija de la luna.

 

 

 

 

 

 

Antonio cintas anguas

mapashito

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