como las flores y las hojas de los cerezos
COMO
LAS FLORES Y LAS HOJAS DE LOS CEREZOS
A
Sakura Rumi le faltaban horas al reloj para poder realizar todas las tareas que
tenia que hacer al día, era como una carrera de obstáculos se vestía para dejar
a Akira en el colegio, y para llegar a tiempo a trabajar, en la escuela de
música de la ciudad, era la chica para todo, su amigo Rakun Murakami le decía
que aquello no podía funcionar sin ella, aunque ambos sabían que sí, que en
este Mundo solo estamos de paso, Sakura era hija única, y como todas las hijas
y madres tenían discusiones en las maneras de hacer las cosas, educar a Akira,
en la forma de vestir, y tenía una pareja desde hace casi veinte años y tenía
sus momentos de altos y bajos, suponía que como todas las parejas, pero los
momentos bajos la entristecían hasta llorar en silencio cuando nadie la veía, pero
así es la vida, o al menos la suya, tenía días donde se sentía mala hija, mala
madre, mala pareja, insuficiente para este Mundo, y días donde su sonrisa era
toda la luz de los cielos porque Sakura tenía una sonrisa muy bonita, y tenia
un poeta, un espejo mágico como en los cuentos de hadas que siempre la veía
bonita y buena, y pintaba sus días más grises de colores, con los colores del
cariño, y le gustaba todo en ella, todo lo encontraba bonito.
Tenía
un amigo Rakun Murakami que en sus tiempos de juventud cuando las hormonas
están descontroladas y crees que te vas a comer el Mundo, la estuvo cortejando
durante dos años, pero Rakun vivía lejos, y era muy mayor y un poco raro, era
una persona sin duda especial, pero no estaba enamorada, le brindó su amistad,
durante años fueron íntimos amigos de risas y de lágrimas, hasta que un día
Rakun desapareció. Con los años volvieron a tener contacto, aunque ahora Rakun
era un hombre huraño, y más oscuro, conseguía sacarle una sonrisa, con sus
bromas, y sobre todo con su poesía, porque Rakun era su poeta, y se fueron a
encontrar justo cuando ambos más necesitaban del otro, recordaba frases muy
antiguas como somos dos ángeles que se necesitan sin saberlo, ahora cobraba más
sentido, no tenia casi tiempo para hablar con Rakun, porque sentía que su vida
era como la del conejo de Alicia en el país de las maravillas siempre corriendo
de un lado al otro, pero cuando ese tiempo aparecía, el calor humano podía
sentirse a pesar de la distancia y de lo frio que puede ser la pantalla de un teléfono,
pero ambos se sacaban sonrisas cuando estaban tristes, y se daban consejos, y
Rakun la cubría de poemas que tardaba semanas en poder leer porque no tenía
tiempo para nada, y aunque Sakura pensaba que Rakun era un exagerado, cuando se
miraba al espejo el loco Murakami conseguía que se sintiese guapa, hasta ya le
empezaba a gustar su color de piel fruto de bromas en su infancia que le
dolían, y ahora empezaba a ver ese color canela, a caramelo, a nácar que leía
una y otra vez en los versos de los poemas que recibía.
Todo
el mundo tendría que tener un amigo como Rakun, aunque Sakura sabía que ese no
era su verdadero nombre, era un apodo cariñoso, sin embargo ella sí tenia un
nombre bonito y muy extendido en Japón, de regreso a casa recordaba las últimas
palabras de Rakun, que le decía que sus lunares de su piel de caramelo eran
ángeles, o que eran las estrellas más bonitas del cielo pintando su piel de
cielo dejando sus brillantes huellas de plata, o que cada lunar era una flor y
ella la primavera, o que sus estrías eran las olas del mar con su espuma blanca
y rumor de caracolas, y su cicatriz era un dragón blanco de la suerte como el
de la historia interminable, que con su kimono parecía la emperatriz más bonita
de todas las dinastías, y que con aquel lazo rojo era un regalo del cielo para
todos los que con el alma la amaban o la querían.
La
más bonita de todas las dinastías era su Akira que estaba en casa de la abuela
al ser festivo, y a la que estaba deseando estrechar entre sus brazos y verla
vestida con el traje tradicional, los curiosos la miraban caminar con su
sombrilla rosa, el pelo recogido y un kimono de hermosas flores que resaltaban
el calor de sus ojos y el encanto de su sonrisa, el camino era ya todo rosa,
dentro de poco toda la ciudad estaría en la calle para ver y disfrutar de los
paisajes de los cerezos, y Sakura Rumi caminaba feliz, con todas las estrellas
recogidas en su cabello, con un poema en las mariposas de sus labios, y con
toda la luz y la magia dentro de sus ojos, de su mirada llena de música y de un
millón de luciérnagas, porque ella era música y poesía en su piel caramelizada
y suave como las flores y las hojas de los cerezos.
Antonio
cintas anguas
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