reina de jerusalén
REINA DE JERUSALÉN
Hoy llora con fuerza mi
princesa azul, resbalan por sus mejillas lágrimas de cristal, lágrimas saladas,
dejo que hable y saque todo su veneno fuera, está enfadada con el mundo, la
obligaron a casarse con un hombre nauseabundo cuando ella lo que quería era viajar
y conocer mundo, pero su hermano el rey de Jerusalén no le quedaba mucho de
vida, y solo tuvo dos opciones, o el conde Antoine un hombre perverso con
ansías de poder que quiere la guerra, que tanto busca con provocaciones su mano
derecha Gilbert, o Sir Robert el hijo bastardo al que fueron a buscar y que se
ganaba la vida como herrero, le propusieron desposarse y ocupar el trono con el
asesinato de Antoine y dijo que no, que no llegaría a rey con las manos
manchadas de sangre, y lloraba desconsolada porque no entendía nada y no era
dueña de su mundo, se sentía rechazada por ambos hombres y encontraba en el
espejo una mujer que la miraba con ira y envenenaba su oído con cosas que no
eran verdad y que lastimaban su autoestima.
Ahora es la reina de Jerusalén,
y la mujer a quien escribo mis letras porque ella tiene que saber que es
poesía, siempre encontraba un pergamino antes de que ocupase mi lugar en la
torre o en la muralla, sentía algo por ella, ella lo tenía todo para ser feliz,
o para hacer feliz a un hombre, podría abandonar la Orden por el calor de su
amor, pero ella era muy joven y de sangre azul, y yo era un viejo monje que le
había dado su palabra a Dios hace mucho tiempo, de guardar de peligros los
caminos de los pelegrinos, así que fui su amigo, me había enamorado a primera
sonrisa, un flechazo directo al corazón que ya no me pertenecía, como su
sonrisa que ahora era más mía que suya.
Todas las lágrimas de cristal
que derramaste, chocaron contra el suelo en mil pedazos convirtiéndose sus cristales
en estrellas que podrás ver brillar esta noche, cada una será un hijo o una
hija, serán todas tuyas porque nacieron de tu alma, y olerán a flores como la
flor de tu rostro y de tus labios rojos, y serán poesía como tus ojos, en
cuanto se vaya la luz del día, vendrán con la luna y su cielo azabache a
cientos, a miles, como si salieran de tu sonrisa y nadie habrá visto jamás una
noche con tantos luceros y tan brillantes, eres la más bonita de las rosas, que
nunca se te olvide, lo más bonito del universo.
Mérida fue corriendo al muro
pero su amigo no estaba, lo vio marchar a lo lejos, hoy era ese día del mes
donde le dejaban salir del castillo, y lo sentía tan cercano y tan suyo que ya
extrañaba tenerlo de regreso, a salvo de los peligros, con una sonrisa que no
le cabía en el pecho.
Antonio cintas anguas
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