los zapatos rojos
LOS ZAPATOS ROJOS
Daniela jugaba a ser mayor
con el armario de mamá, se había pintado los labios de un rojo intenso y miraba
toda esa ropa que se ponía mamá y que le quedaba tan bien y tan sensual, pero
no sabía por cual decidirse, tenía que darse prisa antes de que regresase la
abuela Pepa de los arcos o le montaría un cristo de los gordos, mamá estaba
trabajando desde muy temprano, realizando tatuajes en el estudio y solía
regresar tarde y exhausta, las cosas no andaban bien, la pandemia, la guerra,
la subida de precios, políticos malvados, eso oía quejarse a los mayores, Daniela
no entendía todavía de esas cosas, estaba en esa edad en donde aún seguía
siendo una niña, pero era una mujercita, lo que sí sabía que de un día para
otro había cambiado la vida en la tierra, en sus costumbres, en su rutina, y
anhelaba aquellos tiempos donde había más paz, entonces los vio, unos zapatos
rojos cereza que eran preciosos y enseguida se los puso, le quedaban muy
grandes pero se veía más mujer y hermosa, como la más guapa y mejor de las
tatuadoras, su madre, no pudo resistirse a dar dos golpecitos como la chica del
mago de oz, con su sonrisa nerviosa, su larga melena rubia y su cuerpo de doce
años luciendo en aquella blusa blanca de lino y aquellos pantalones blancos
degradados, y antes de que pudiera darse cuenta un huracán se formó en la
habitación y estuvo girando con violencia hasta que perdió el sentido.
-sshh, despierta princesa.
Daniela despertó y no podía
creer lo que veían sus ojos, pensó que aún estaba soñando, aquello no podía ser
Oz, aunque se veía el camino de baldosas amarillas por todas partes y unas
flores raras altas y de color violeta que olían muy bien, si aquello no era un
sueño ya sabía lo que iba a pasar, encontraría un espantapájaros, un león y un
hombre de hojalata y todos irían a ver al mago de Oz y en un rato estaría de
vuelta a casa, después de todo se sabía todos los cuentos de pe a pa.
-ssh, princesa
-no soy ninguna princesa, tú
eres el espantapájaros que quiere que el mago le dé un cerebro.
-no yo no quiero eso, yo
quiero cambiar de trabajo ya estoy aburrido de estar aquí todo el día colgado y
peleando con los cuervos que me pican por todos lados y tratan de arrancarme
los ojos, ¿vas a visitar al mago?
- si voy a visitar al mago y
sí podemos ir juntos si lo deseas.
No era así como Daniela
recordaba el cuento, caminaba descalza con los zapatos rojos en sus manos
porque le quedaban grandes, no tardaron en encontrar al hombre de hojalata,
este sí quería un corazón, pero era un guerrero llamado Silfredo con una
armadura muy grande, escudo y espada que también la llamaba princesa,
definitivamente no era el cuento que recordaba, no paraban de hablar de la
malvada bruja del norte que quería vengar la muerte de su hermana la bruja del
este y que una humana en una épica batalla había destruido su reino, estaba
conquistando Oz pedazo a pedazo y que estaban en peligro porque ya habría
llegado hasta sus oídos la presencia de la princesa, no soy una princesa repetía
una y otra vez pero aquellas criaturas no le hacían ningún caso era como hablar
con una pared, que ganas tenía de llegar al castillo del mago y que la enviara
pronto a casa y despertar de aquel sueño que hacía mucho tiempo que había
perdido la gracia, las flores violetas se llamaban kalkasu, no dejaban de
caminar y ya estaba cansada cuando tuvieron que esconderse, encontraron en el
camino varios monos con alas y armaduras y lobos de ojos rojos tres veces más
grandes cortando el paso, les estaban esperando, esperaron a la oscuridad de la
noche para rodearlos y encontraron un lobo negro de ojos marrones atado a un
poste.
-no digas nada o nos descubrirán.
–sino lo hago me matarán, me
llamo feroz pero soy un cobarde.
-ven con nosotros.
-es peligroso princesa, dijo Silfredo.
-suéltalo y vámonos.
–gracias princesa.
Otro también, vaya tormento,
tengo el cielo ganao, el camino era largo y le dolían los pies pero feroz se
había encariñado enseguida y la llevaba encima de su lomo, por fin pudieron
llegar al castillo de Oz, que parecía sombrío, una pequeña guarnición de
templarios guardaba la puerta, al caminar por sus galerías y el gran salón se
veían muchas pequeñas banderas azules con una cruz blanca en el centro, los
recibió una dama blanca como la nieve y les dijo que se llamaba Geli reina de
los ángeles , y explico que no eran banderas, que su ejército de ángeles
llevaba escapularios sobre camisas y pantalones blancos con altas botas negras,
pero que al morir se trasforman en luz y se iban al cielo dejando su
escapulario en la tierra, era muy tarde y el mago estaba agotado que mañana les
atendería, les dieron de comer, un baño y pudieron dormir y descansar como
bebés en mullidas camas en enormes habitaciones, con almohadones suaves como
las nubes del cielo.
El mago los atendió, era un
hombre anciano con gafas, calvo y con barbas hasta la cintura, siempre
acompañado por Geli una hermosa mujer de ojos almendrados, pero justo cuando
iba a oír sus deseos la malvada bruja del norte asaltaba el castillo, el mago
les dijo a sus hombres que se rindieran y lo hicieron, pero los doce ángeles
que quedaban no hicieron caso y lucharon contra un ejército negro cuyo cuerpo
se asemejaba al marfil y cuando caían en pedazos se recomponían y así fue como
fueron cayendo uno a uno cada ángel abriéndose el cielo para recibirlos como
luz y Geli la última de ellos, dejando sobre el suelo sus escapularios azules, el
mago lloraba, la bruja entró en el gran salón feliz de su victoria cuando fuera
se puso a llover, agarró del pelo a Daniela, le hacía daño y el espantapájaros
salió en su defensa y poco después en pedazos por la ventana, lo intentó feroz
y lo convirtió en un caniche de peluche, y Silfredo que hizo pedazos a los
monos voladores quedó desparramado como chatarra por la magia de la bruja, Daniela
en situaciones así siempre tenía miedo pero esta vez no, lloraba de rabia,
estaba junto a la ventana y no lo pensó, se giró, el tirón de pelos le dolió
pero agarró a la bruja por la cintura y saltó por la ventana cayendo sobre los
retales del espantapájaros, en cuanto la bruja recibió el agua de la lluvia se
derritió hasta desaparecer y todo su ejército se evaporó como el vaho de una fría
mañana de enero.
Daniela sabía que ya no
volvería a casa jamás pues su deseo era devolver la vida a sus amigos y
llorando se lo pidió al mago, el espantapájaros quería un trabajo nuevo, feroz
quería ser valiente, y Silfredo tener corazón, el mago les devolvió la vida, el
espantapájaros sería su estratega, Silfredo por amor fue destruido y por su
buen corazón sería el capitán de su guardia y feroz fue valiente al combatir a
la bruja y sería el ayudante de todos.
-¿Por qué lloras princesa?.
-Porque ya no puedo volver a
casa.
-Sí puedes, si aun tienes los
zapatos rojos.
Daniela sonreía aun con lágrimas
calientes resbalando por sus mejillas, siempre pudo volver a casa y lo había
olvidado, se despidió de todos se puso los zapatos rojos y realizó el mismo
ritual y un huracán volvío a llevarla de vuelta a casa. Al despertar les contó
a todos su aventura, nadie la creyó, que fue un sueño que se quedó dormida,
estaba enfadada y triste.
-¿Qué te pasa mi niña?.
-Que nadie me cree y me da
pena el mago, perdió a su compañera.
- Si nadie te cree es su
problema, confía en ti misma y si te sirve de consuelo yo sí te creo.
María Jesús pasó todo el día
con Daniela para que se le pasase el berrinche y la llevó a la iglesia de los
negritos, entraron por la galería de secretaría y Daniela vio en los nazarenos
el mismo color del uniforme de los ángeles, el escapulario era idéntico a falta
de la cruz, sandalias negras como sus botas y todos de blanco, y cuando estuvo
a los pies de la Virgen no podía estar más asombrada, mi niña ahí tienes a la
reina de los ángeles, era Geli, no podía ser.
-Mi primo Antonio es nazareno
de los negritos y decía que el capellán antes de salir a realizar la estación
de penitencia les llamaba a todos ángeles, porque todos somos el ángel de las
personas que queremos y amamos, si lo deseas el mago tendrá a Geli y Geli sus ángeles.
-Gracias mamá eres la mejor.
En casa todo estaba más
tranquilo, María Jesús escondió los zapatos rojos para que nadie los pudiera
encontrar, durmieron juntas, abrazadas, con su princesa en el calor de su pecho
y llenando sus pulmones del aroma a kalkasu del pelo de Daniela recordando que
ella era la reina de Oz, y que en Oz ya no quedaban brujas malas.
Antonio cintas anguas
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