una rosa de la última nota
UNA ROSA DE LA ÚLTIMA NOTA
Había sido su cumpleaños, Adama
le había regalado un caballo blanco precioso, blanquito ya estaba mayor, le puso
de nombre nieve, la noche fue muy romántica Adama hacía tiempo que no la tocaba
y le hizo el amor con pasión entre sábanas de sedas cubiertas con pétalos de
las más hermosas flores, y fue muy tierno con besos y caricias, quedó
profundamente dormida y si el cielo se hubiese caído sobre sus cabezas no
habría oído nada, estaba agotada y feliz y con una sonrisa en el alma se dejó
llevar por un sueño profundo que prometía sueños hermosos y un bello y dulce
despertar.
Las primeras luces del alba
comenzaban a llenar la habitación el canto de los pájaros anunciaba que la
noche ya había tocado a su fin, estaba relajada con pétalos de rosas pegados al
sudor de su cuerpo por una noche de amor, unos gritos lejanos que no llegaba a
comprender medio la despertaron, quiso dormir un rato más en el pecho de Adama,
pero la cama estaba vacía, un extraño escalofrío y un mal presagio la pusieron
en alerta, al centinela de la puerta le sacó toda la información con gritos y
amenazas, con una daga en el cuello que cortaría sino le daba respuestas, Adama
no quería oír el sonido de la flauta aquella noche, solo quería escuchar los
suspiros y gemidos de su reina y envió a mil inmortales a atacar el castillo de
los cristianos, los inmortales con sus ropajes negros, sus velos dorados y sus
capas negras, la élite del reino, pero algo salió mal, y habían sufrido una
derrota vergonzosa, los cristianos tal vez querrían asaltar la alcazaba como
represalia, la concordia se había roto por celos, corrió por los pasillos hasta
llegar a su azotea, del castillo salía una pequeña columna de humo negro y en
la playa Adama hablaba con los mandos del castillo de San Jorge, no podía
permitirlo tenía que evitar la guerra de cualquier manera tenía que poner fin a
la locura de los hombres.
Se vistió deprisa y cabalgó
sobre nieve tan rápido como pudo, la perseguían pero ella iba mucho más deprisa
que su escolta, pasó por el lado de Adama y los cristianos gritando no a la
guerra, y cabalgó como un rayo de luz hasta el castillo de San Jorge donde
todos los cristianos tras sus murallas por respeto agacharon la cabeza para no
mirarla o se arrodillaron, todos menos uno, su amigo, se quitó el velo y todo
lo que le molestaba y su melena quedó al descubierto y en silencio sus ojos se
miraban fijamente, allí estaba su amigo, con sus ojos verdes y su barba que
empezaba a ponerse blanca, era casi diez años mayor y había envejecido mal,
recordaba cuando era más joven y ella casi una niña y se veían a escondidas y
le presentó a Adama y como le dijo si yo fuese tú le echaba el lazo y no lo
dejaba escapar, no intenteís tomar la alcazaba muchos otros lo intentaron
durante siglos y solo lograron arañar los portones, por favor no pierdan
vuestra vida en vano. No podía apartar la mirada de aquellos ojos preciosos,
como una noche sin estrellas, de aquella melena larga y suave como si fuesen
hilos de la más fina seda, de su ropa color violeta adornada con cientos de
estrellas doradas, no podía ser ni estar más guapa incluso cuando estaba tan
seria, no tardaron en venir por ella, su escolta, Adama, los inmortales, el
capitán de los templarios, la vio alejarse y sabía o sospechaba que la estaba
viendo por última vez, su niña, su musa, su música y poesía, su amiga, su reina
mora.
Había pasado un mes y todo
estaba en calma, el cristiano no había vuelto a escribir ni a tocar la flauta
tal, vez lo castigaron y estaba preso en alguna sucia mazmorra cristiana, le
extrañaba que Adama no le hubiese gritado por lo que había hecho al contrario
se le veía más feliz y estaba más cariñoso y atento, ella se había prometido así
misma no cambiar el color de su ropa hasta que volviese la concordia, el grito
del vigía puso a todos en alerta, un pecio cristiano, barcazas en la playa, Adama
tranquilo había firmado un nuevo documento, la concordia regresaba si los
hospitalarios abandonaban el castillo de San Jorge, marchan a Jerusalén a
proteger a los peregrinos en los caminos le susurró Adama, una lágrima
resbalaba por su mejilla enviaban a su amigo el cristiano a una muerte segura,
a lo lejos bajo la luna una sombra levantaba la mano en señal de despedida, poco
después sonaba la flauta y su música y el eco de risas de los soldados
cristianos y Adama el grande se marchó enfadado y humillado, abandona las
murallas, la reina mora se queda sola, escuchando como el sonido se va alejando
y se apaga y solo queda el rumor de las olas.
A la mañana siguiente vuelve
a cabalgar como un rayo hasta el castillo de los cristianos, esta vez no queda
nadie en pie, todos se han arrodillado en señal de respeto, de la nada cae una
flecha en la arena de la playa con un pergamino, las últimas palabras de su
amigo el cristiano. Te ves preciosa con ese morado casi rosa con el bordado de
tantas estrellas doradas, parecía que estaba soñando, me marcho a tierra santa,
no es un adiós sino un hasta luego porque estoy convencido que volveremos a
vernos, en esta vida o en la otra, porque en esta guerra sin sentido y de odio
por una religión diferente, a tu lado he aprendido que el único y verdadero
paraíso eres tú, mi vida le pertenece a Dios en cuerpo y alma y no importa si
muero en su nombre en tierra santa, mi corazón siempre será tuyo, y te seguiré
escribiendo palabras bonitas aunque no las puedas leer, y todas las noches donde
brille la luna llena tocaré la flauta siempre que pueda, pensando en las notas
que una vez puse en tu piel, nos veremos pronto un fuerte abrazo, me conozco,
te voy a querer siempre. La reina mora aprieta fuerte contra su pecho aquel
trozo de papel, cierra los ojos mirando al cielo y suspira profundo, con
lágrimas calientes brotando de sus ojos, acariciando sus mejillas de color
miel, lo lanza al mar y se queda mirando como se corre la tinta, como se arruga
y como se hunde al fondo con los besos de las olas.
Ha pasado un año y no sabe
nada de su amigo cristiano, solo noticias que le perturban de sangrientas batallas,
ha vuelto a vestir mostrando su piel para hacer rabiar a Adama, es su forma de
vengarse, solo viste colores oscuros ha descubierto que le gusta el color
negro, en las noches oscuras habla con blanquito y con nieve como si los
animales la entendieran, y las noches de luna llena mira la ciudad en sombras,
el mar en calma solo roto por el reflejo de una luna que en ocasiones le trae
el sonido de una flauta, de una música que solo ella oye, y se pone a bailar en
silencio como las locas bajo la luz de la luna esperando que brote una rosa de
la última nota.
Antonio cintas anguas
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